miércoles, 8 de abril de 2009

Antonio Gamoneda

Tiendo mi cuerpo sobre las maderas agrietadas por las lágrimas, huelo la linaza y la sombra.
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Ah la morfina en mi corazón: duermo con los ojos abiertos ante un territorio blanco abandonado por las palabras.
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Hablan los manantiales en la noche, hablan en los imanes del silencio.
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Siento la suavidad de las palabras olvidadas.
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Sábana negra en la misericordia:
tu lengua en un idioma ensangrentado.
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Sábana aún en la sustancia enferma,
la que llora en tu boca y en la mía
y, atravesando dulcemente llagas,
ata mis huesos a tus huesos humanos.
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No mueras más en mí, sal de mi lengua.
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Dame la mano para entrar en la nieve.
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Amor que duras en mis labios:
Hay una miel sin esperanza bajo las hélices y las sombras de las grandes mujeres y en la agonía del verano baja como mercurio hasta la llaga azul del corazón.
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Amor que duras: llora entre mis piernas,
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come la miel sin esperanza.
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He envejecido dentro de tus ojos; eras la dulzura y el exterminio y yo amé tu cuerpo en sus frutos nocturnos.
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Tu inocencia es como un cuchillo delante de mi rostro,
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pero tú pesas en mi corazón y, como una miel oscura, yo te siento en mis labios ir hacia la muerte.
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Mucha gente considera a Gamoneda como un poeta difícil, hermético, pesimista... Sin embargo, a mí me produce sosiego... Me acompañó en uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Será por eso que siempre (por duros que sean los poemas) lo siento como un bálsamo... Gracias, señor.

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