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viernes, 24 de julio de 2015

Peliculón, peliculón, peliculón.

El mundo sigue, de Fernando Fernán-Gómez.


jueves, 21 de noviembre de 2013

El ayuntamiento de Madrid quita el rótulo de Fernando Fernán Gómez al teatro... Aquí.



No nos ha bastado una, maestro, no... Parece que las huellas de los grilletes dejan duras marcas sin borrar...

En cualquier caso, habrá que seguir nadando...
                  


Y para que no se nos pudra la rabia y seamos capaces de transmutarla en acción, tendremos que recordar esta escena en la que, por la contundencia del a la mierda, se pasa por alto otra frase que dice Fernán Gómez que me viene pintiparada para el tema que hoy nos ocupa: pues deje usted de admirarme, no necesito su admiración...
 
¡Vámonos, maestro!


miércoles, 7 de marzo de 2012

Pero yo sé que algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
   
Miguel Hernández
   
     M me regaló por mi cumpleaños El tiempo amarillo, las memorias de Fernando Fernán-Gómez. Las leo con la imagen del maestro de La lengua de las mariposas, que es mi mejor imagen de este ogro bueno y ácrata... O, como diría Rosario dinamitera de otro ogro bueno, ¿será bueno por ácrata? ¿O será ácrata por bueno? ¡Venga, vale, lo reconozco, Rosario no decía lo de ácrata, decía comunista! Decía: «¡Ah! ¿Eres alumna de J? ¡Qué suerte! Muy buena pesona. Muy comunista. Claro, que no sé si es comunista porque es buena peraona o es buena persona porque es comunista...». Yo no sé si se puede ser muy comunista, pero recuerdo la cara de Rosario, evocando la otra imagen...
      En fin, que me voy (como siempre) por las ramas... Estaba en lo del libro de memorias de Fernán- Gómez y me quedé suspendida también (cual la luna) cuando leí lo siguiente (lo adelanto hoy, aunque vendría mejor mañana, que habrá luna llena...):
    

—Qué grande es hoy la luna.
    
—Es verdad. Qué luna más hermosa. Cuando está así se llama luna llena.
   
Eran más nutridos y vocingleros los grupos que iban hacia Álvarez de Castro cuando el tranvía se alejaba llevándonos de vuelta hacia la calle de Carretas, y la luna se quedaba allí, sobre el cielo de la verbena. Yo, arrodillado sobre el banco de madera, la veía alejarse, hacerse pequeña.
   
—Ya no se la ve, abuelita.
    
—Se ha quedado en la verbena.
      
Pero al llegar al final de nuestro trayecto, ¡qué gran sorpresa!, encimita de la Puerta del Sol, estaba la luna, redonda y contenta, con ojos, nariz y boca.
        
—¡Mira, abuelita, otra luna, otra luna!
   
—No, no es otra; es la misma.
    
—¿La misma? Entonces, ¿ha venido con nosotros?
   
—Claro.
—¿Y ya no está en la verbena?
   
—Sí, hombre; está en los dos sitios.
    
—¿Cómo puede ser eso?
    
Y no pudo responderme. No pudo explicarme por qué la luna podía estar en dos sitios al mismo tiempo. Creo yo que le habría sido fácil decirme que si nos íbamos a la plaza de Santa Ana, allí la encontraríamos; si al Palacio de Oriente, donde por las mañanas veíamos la parada, allí la encontraríamos también; que a cualquier sitio al que yo me marchase, la luna iría conmigo. Le habría sido fácil decirme que todo lo que está demasiado lejos, como los muertos, los recuerdos y la luna, no puede nunca separarse de nosotros.
      
Fernando Fernán-Gómez, El tiempo amarillo. Memorias. 1921-1943, Madrid, Debate, 1990