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martes, 7 de abril de 2015

Dos poemas de José Emilio Pacheco

LA DERROTA

El que piensa por todos prohibió pensar.
Su palabra es la única palabra.
Él dice todo sobre todas las cosas.

Sólo existe algo que él no puede prohibir:
los sueños.

Noche tras noche
la gente sueña en acabar con el que piensa por todos.

*****

Señor, guarde silencio o le cerramos la boca
de un latigazo.
Se la inutilizaremos bajo el hierro candente.
Con las tenazas de la Ley retorceremos su lengua.

No nos haga llegar a los extremos.
Guarde silencio. Cállese. No hable.
Al Juez no se le juzga.
Él imparte Justicia, decide todo.
Es la Mente que piensa por nosotros.

En cambio usted no es nadie, no sabe nada.
Se llama simplemente el acusado.
Qué soberbia aspirar a defenderse.

¿Supone que en el valle de Josafat
se atrevería a increpar a Dios Padre
por la forma tan justa en que creó este mundo?

¿Se da usted cuenta? Es el culpable de un crimen.
No sabrá cuál, no sabrá cuál,
morirá sin saberlo.
Debe pagar por ello. Y de qué manera.

No, no: no abra la boca. No interrumpa.
Respete al Juez y su Alta Investidura.
Es la Ley, se halla aquí para juzgarlo.
Está en peligro de volverse reo
de Lesa Majestad. Acepte y calle.

¿Desea, señor, que pierda la paciencia?
No me obligue a salir de mis cabales.
Añadiré a su cuenta de pecados
el delito nefando de blasfemia.

No me venga con cuentos de derechos humanos.
Usted ya no es humano: es el enemigo.
Vea en esta faramalla un pretexto formal
que disimula y cubre el expediente.

Dentro de unos instantes ofrendaremos su cuerpo
en el altar del Bien, la Bondad y el Orden Fraterno.

"El gran inquisidor"

Los dos poemas pertenecen a El silencio de la luna, Valencia, Pre-textos, 2003

jueves, 13 de febrero de 2014

El misterioso día
se acaba con las cosas que no devuelve

Nunca nadie podrá reconstruir
lo que pasó ni siquiera en este
más cotidiano de los mansos días

Minuto enigma irrepetible

Quedará tal vez
una sombra una mancha en la pared
vagos vestigios de ceniza en el aire

Pues de otro modo qué condenación
nos ataría a la memoria por siempre

Vueltas y vueltas en derredor de instantes vacíos

Despójate del día de hoy para seguir ignorando y viviendo

José Emilio Pacheco

domingo, 26 de enero de 2014

A Pilar Guerrero

La realidad es ficción. Mentimos siempre
para sobrevivir, para evitar la guerra,
obtener la amnistía que nos absuelva del crimen
sin atenuantes ni remedio: estar vivos.

Representamos papeles, inventamos novelas de un instante,
dramas utilitarios, farsas, comedias.
Y somos los bufones a quienes se arrojan monedas,
se deja hablar o se perdona la vida.

Por tanto es necesaria la otra ficción:
para hallar las verdades que no intentamos decir
porque se dicen por sí solas.

La realidad no es la escuela, el deber, el temor,
levantarse a las seis en punto, adquirir el derecho a entrar,
mediante astucia y sumisión, en el orbe de los adultos,
perpetuar su consciente irrealidad, "triunfar en la vida",
llevarse en el camino a los demás, reunir bastante dinero
para hacerse una tumba que a otros mate de envidia.
Pero aún falta mucho cuando se tienen once años.
Entonces una noche diferente a otras noches
la realidad es el mar de trapo y cartón
en que navega Edmundo Dantés para volverse
                                                        [el Conde de Montecristo;
el instante en que a Miguel Strogoff le queman los ojos;
pero al ver a su madre entre la multitud el Correo del Zar llora
y sus lagrimas fluyen y neutralizan el hierro.

La realidad es sobre todo el arte supremo
del novelista griego que como como "San Juan" su Evangelio.
Cien veces he leído las mismas páginas.
Sé de memoria lo que va a pasar.
Y sin embargo al ver la puesta en escena
me asalta la esperanza de que esta vez
el Redentor no morirá en el Calvario.

La sangre de mentira es la verdad.
La Corona de Espinas se hunde en mi frente.
Atraviesa una lanza mi costado.
Siento en las manos y en los pies los clavos.

En esa noche la realidad es Cristo que muere
y resucita a los tres días.

Y no me importa que al caer el telón
también el joven Rambal
baje del cielo eterno y agradezca el aplauso,
tomado de la mano con la Virgen María
y el traidor necesario Judas.

Pobre definición "la magia del teatro"
para describir lo que a los ojos del niño
fue el sueño voluntario de la puesta en escena,
el fingir, el representar, el hacer creer,
por la Compañía Teatral Española de
                                          [Enrique Rambal, padre e hijo,
en el antiguo teatro Arbeu (¿o fue el Iris?).

Ni en el Old Vic, el Bolshoi, la Comédie Française,
ni en el cine ni en ningún lado
encontrará nada igual el niño de entonces.
Ni tampoco en ninguna parte
dejará su veneración por el teatro, el drama,
                                         [la comedia, la escena,
la presencia viva
de la actriz y el actor
bajo las luces, entre las telas, el plástico, la madera, el cartón,
brillando como nadie puede brillar en la opaca vida.

El folletín, el melodrama, la novela ilustrada escénica,
como ustedes quieran llamarla,
es más real que la realidad porque se sabe mentira,
invulnerable a la detracción, el arrepentimiento, la crítica.

Nada quedó de la Compañía Teatral Española de
                                                          [Enrique Rambal, padre e hijo.
Quizá tan sólo admiraciones infantiles de ayer,
como esta insignificante memoria imborrable.
Porque sólo una vez se descubre el teatro
cuando se tienen once años.

José Emilio Pacheco, "Homenaje a la Compañía Teatral Española de Enrique Rambal, padre e hijo", El silencio de la luna, Valencia, Pre-textos, 2003

domingo, 15 de diciembre de 2013

Dos poemas de José Emilio Pacheco

En el domingo de la plaza la feria
y la barraca y el acuario son tristes
algas de plástico, fraudulentos corales.

Cabeza al aire la humillada sirena
acaso hermana del que cuenta su historia.
Pero el relato se equivoca:
    ¿De cuándo acá
las sirenas son monstruos
o están así por castigo divino?

Más bien sucede lo contrario:
Las sirenas son libres,
son instrumentos de poesía.

Lo único malo es que no existen.
Lo realmente funesto es que sean imposibles.

José Emilio Pacheco, «La sirena», Alta traición (antología poética), Madrid, Alianza, 1985


The mermaid, John William Waterhouse (1901)
Fuente de la fotografía: aquí


Pero el agua recorre los cristales
musgosamente:
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.

Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.

Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.

Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.

No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.

«El reposo del fuego (Don de Heráclito)»

sábado, 11 de mayo de 2013

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.
quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.


José Emilio Pacheco, Poemas, colección Los Imprescindibles, nº 3, Semana Negra de Gijón, 2008