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viernes, 12 de septiembre de 2014

Tuve la suerte de tenerla como compañera. Amelia de Paz presenta Todo es de oídas, el proceso de Góngora contra el inquisidor Reinoso. Selecciono el siguiente fragmento de esta entrevista por lo que nos toca, ¡ay!
 
Nos aferramos al mito y a la leyenda urbana [sobre Góngora] porque de algo hay que rellenar tanta vacuidad. De ello se encarga la escuela obligatoria, con sus tormentos, con sus inercias, con sus rutinas, donde lo importante es cubrir un programa. Los mayores enemigos que hoy tiene Góngora son los gongoristas y el temario. [...] Somos víctimas de un sistema educativo muy dañino y triste, que nos ha impedido disfrutar de Góngora, de Cervantes. No puede haber perversión mayor. Deberíamos demandar a nuestros profesores de Literatura.
 
Y, claro, inevitable, el recuerdo de Luis Cernuda y su poema Góngora:
 
El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.

Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.

Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son arbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.

Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.

Viva pues Góngora, puesto que así los otros
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.
 
"Góngora", en Como quien espera el alba (1941-1944)
 
 

martes, 5 de noviembre de 2013

Hoy hace cincuenta años que murió Luis Cernuda. De un infarto. Vivía entonces en casa de Concha Zardoya, en Coyoacán (México). Iba a tomar un baño...
 
Dicen y escriben que Cernuda tenía un carácter difícil, que era hipersensible, intransigente. Conozco peores defectos.
 
Sus poemas siempre me remueven. Algunos me inquietan, otros me maravillan. Muchos me emocionan, otros me angustian... Cuando cuelgo alguno de sus poemas en el blog pongo la etiqueta de campamento base porque eso es para mí: un lugar al que volver. Un poeta y un hombre necesario. Coherente (de ahí, supongo, su intransigencia).
 
Y hay un poema poco conocido de él que explica, pienso,  mucho de su carácter. Se titula Familia. Es un poco largo, pero creo que merece la pena. En primer lugar, por valiente, ya que trata un tema no habitual en la poesía española; desde luego, no habitual en el tono y conciencia en el que lo desarrolla don Luis... Y luego, porque es tremendamente evocador. Siempre que lo leo voy viendo las imágenes y recuerdo aquella película de Carlos Saura, Mamá cumple cien años... Extrañas relaciones, ya sé. Oigo los sonidos de ese comedor, incluso me llegan el olor a vela y alcanfor... A incienso. Y la mirada, miedosa, de un pequeño Luis Cernuda y el presentimiento de sus placeres prohibidos, ante su padre militar... La realidad y el deseo. La eterna lucha. Obvio...
 
¿Recuerdas tú, recuerdas aún la escena
A que día tras día asististe paciente
En la niñez, remota como sueño de alba?
El silencio pesado, las cortinas caídas,
El círculo de luz sobre el mantel, solemne
Como paño de altar, y alrededor sentado
Aquel concilio familiar, que tantos ya cantaron,
Bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho.
                                  
Era a la cabecera el padre adusto,
La madre caprichosa estaba en frente,
Con la hermana mayor imposible y desdichada,
y la menor más dulce, quizá no más dichosa,
El hogar contigo mismo componiendo,
La casa familiar, el nido de los hombres,
Inconsistente y rígido, tal vidrio
Que todos quiebran, pero nadie dobla.
                            
Presidían mudos, graves, la penumbra,
Ojos que no miraban los ojos de los otros,
Mientras sus manos pálidas alzaban como hostia
Un pedazo de pan, un fruto, una copa con agua,
y aunque entonces vivían en ellos presentiste,
Tras la carne vestida, el doliente fantasma
Que al rezo de los otros nunca calma
La amargura de haber vivido inútilmente.
                         
Suya no fue la culpa si te hicieron
En un rato de olvido indiferente,
Repitiendo tan sólo un gesto transmitido
Por otros y copiado sin una urgencia propia,
Cuya intención y alcance no pensaban.
Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste:
Al menos has tenido la fuerza de ser franco
Para con ellos y contigo mismo.
                
Se propusieron, como los hombres todos, lo durable,
Lo que les aprovecha, aunque en torno miren
Que nada dura en ellos ni aprovecha,
Que nada es suyo, ni ese trago de agua
Refrescando sus fauces en verano,
Ni la llama que templa sus manos en invierno,
Ni el cuerpo que penetran con deseo
Dos soledades en una carne sola.
                         
Ellos te dieron todo: cuando animal inerme
Te atendieron con leche y con abrigo;
Después, cuando creció tu cuerpo a par del alma,
Con dios y con moral te proveyeron,
Recibiendo deleite tras de azuzarte a veces
Para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes.
Te dieron todo, sí: vida que no pedías,
y con ella la muerte de dura compañera.
              
Pero algo más había, agazapado
Dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,
Que no te dieron ellos, y eso eres:
Fuerza de soledad, en ti pensarte vivo,
Ganando tu verdad con tus errores.
Así, tan libremente, el agua brota y corre,
Sin servidumbre de mover batanes,
Irreductible al mar, que es su destino.
                            
Aquel amor de ellos te apresaba
Como prenda medida para otros,
y aquella generosidad, que comprar pretendía
Tu asentimiento a cuanto
No era según el alma tuya.
A odiar entonces aprendiste el amor que no sabe
Arder anónimo sin recompensa alguna.
                
El tiempo que pasó, desvaneciéndolos
Como burbuja sobre la haz del agua,
Rompió la pobre tiranía que levantaron,
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,
Entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,
Dueños en vida son del ancho olvido.
                     
Luego con embeleso probando cuanto era
Costumbre suya prohibir en otros
y a cuyo trasgresor la excomunión seguía,
Te acordaste de ellos, sonriendo apenado.
Cómo se engaña el hombre y cuán en vano
Da reglas que prohíben y condenan.
¿Es toda acción humana, como estimas ahora,
Fruto de imitación y de inconsciencia?
                   
Por esta extraña llama hoy trémula en tus manos,
Que aun deseándolo, temes ha de apagarse un día,
Hasta ti trasmitida con la herencia humana
De experiencias inútiles y empresas inestables
Obrando el bien y el mal sin proponérselo,
No prevalezcan las puertas del infierno
Sobre vosotros ni vuestras obras de la carne,
Oh padre taciturno que no le conociste,
Oh madre melancólica que no le comprendiste.
                
Que a esas sombras remotas no perturbe
En los limbos finales de la nada
Tu memoria como un remordimiento.
Este cónclave fantasmal que los evoca,
Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia
Para hacer a los idos visibles un momento,
Perdón y paz os traiga a ti y a ellos.  

lunes, 30 de septiembre de 2013

Sobre la tierra gris de la colina,
Bajo las hojas nuevas del espino,
Al pie de la cancela donde pasan
Jóvenes estudiantes en toga roja,

Rota estaba tu ala blanca y negra,
Inmóvil en la muerte. Parecías
Una rosa cortada, o una estrella
Desterrada del trono de la noche.

Aquella forma inerte fue un día el vuelo
Extasiado en la luz, el canto ardiente
De amanecer, la paz nocturna
Del nido allá en la cima.

Inútil ya todo parece, tal parece
La pena del amor cuando se ha ido,
El sufrir por lo bello que envejece,
El afán de la luz que anegan sombras.

Si como el mar, que de su muerte nace,
Fueras tú. Una forma espectral de ti vislumbro
Que llora entre los aires los amores
Breves y hermosos de tus días idos.

Ahora, silencio. Duerme. Olvida todo.
Nutre de ti la muerte que en ti anida.
Esa quietud del ala, como un sol poniente,
Acaso es de la vida una forma más alta.

Luis Cernuda, «Pájaro muerto», en Las nubes (1937-1940)


Los malheridos, Alberto García Alix

sábado, 24 de agosto de 2013

Pues ya me contesto yo...

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Luis Cernuda

miércoles, 24 de julio de 2013


Dos versos de «La visita de Dios», Las nubes (1937-1940)
                        
La revolución renace siempre, como un fénix
Llameante en el pecho de los desdichados.
                
Encima de estos dos versos y con mayúsculas (era muy enfática por entonces…) anoté: NO HAY PAZ SIN JUSTICIA

Hay dos poetas españoles que, en mi opinión, llegaron a conocer profundamente el carácter español (si es que eso existe...): don Antonio Machado y Luis Cernuda. Conocer y expresar, analizar la situación histórica y darle forma en verso...
 
Los que visitan este cuadernín ya saben que Cernuda es mi campamento-base, el poeta al que acudo para que, en forma de oráculo, me acompañe en la siguiente inspiración -de inspirar, no de inspirarse...-.
 
Ando estos días (aunque... ¿desde cuándo, cuántos días llevo ya? ¿Cuándo los días se me hicieron años, siglos, eternidad?) preguntándome hasta dónde es capaz de aguantar este pueblo mío. Con esta sensación de que democracia es lo mismo que recreo, con esta idea de que los amos nos han dejado unos minutos de esparcimiento y ahora, de nuevo y con mayor intensidad, ha vuelto ha sonar el timbre de finalización del recreo...
 
Atención a este poema, sobre todo en su penúltima estrofa. En algún momento de mi paso por las aulas de la facultad, anoté encima de mercaderes, Francia, Inglaterra; y, encima de histriones, Italia, Alemania. Al margen, y refiriéndose a continente, escribí: Europa.
 
Y por sobre todo, con la grandeza de la grandeza, Cernuda: Sin con dolor el alma se ha templado, es invencible; / Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo: / No lo digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso / Agonizará antes, presa ya de la muerte, / Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.
 
Soñábamos algunos cuando niños, caídos
En una vasta hora de ocio solitario
Bajo la lámpara, ante las estampas de un libro,
Con la revolución. Y vimos su ala fúlgida
Plegar como una mies los cuerpos poderosos.
                 
Jóvenes luego, el sueño quedó lejos
De un mundo donde desorden e injusticia,
Hinchando oscuramente las ávidas ciudades,
Se alzaban hasta el aire absorto de los campos.
Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria.
                   
El hombre es una nube de la que el sueño es viento.
¿Quién podrá al pensamiento separarlo del sueño?
Sabedlo bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma este soplo de muerte que nos lleva
Pisando entre ruinas un fango con rocío de sangre.
                   
Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo.
Le alienta únicamente su propia gran historia dolorida.
                      
Si con dolor el alma se ha templado, es invencible;
Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo:
No lo digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso
Agonizará antes, presa ya de la muerte,
Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.
                       
Luis Cernuda, «Lamento y esperanza», Las nubes (1937-1940)


sábado, 15 de junio de 2013

Tras el dolor, la angustia, el miedo,
como niño al umbral de estancia oscura,
será el ceder de la conciencia;
mas luego recobrada, la luz nueva
veré, y tú en ella erguido.

Sonreirán tus ojos,
desconocido y desconocido, con encanto
de una rosa que es ella y recuerdo de otra rosa,
trayendo tu presencia el mundo nuevo
hasta mí, con el poder de un dios. Entonces

miraré ese que yo sea,
para hallarle a la imagen de aquel mozo
a quien dijera adiós en tiempos
idos, su juventud intacta
de nuevo, esperando, creyendo, amando.

La hermosura que el haber vivido
pudo ser, unirá al alma
la muerte así, en un presente inmóvil,
como el fauno en su mármol extasiado
es uno con la música.

E iremos por el prado a las aguas, donde olvido,
sin gesto el gozo, muda la palabra,
vendrá desde tu labio hasta mi labio,
fundirá en una sombra nuestras sombras.

Luis Cernuda, «El éxtasis», Vivir sin estar viviendo (1944-1949)

domingo, 21 de abril de 2013

¡Ay!

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen

                                                                                   [suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.


Luis Cernuda

miércoles, 10 de abril de 2013

Y, claro, imposible copiar el poema de la entrada anterior sin recordar Tristeza del recuerdo, de mi campamento-base: Luis Cernuda. Un verso idéntico: aquella gracia antigua...

Por las esquinas vagas de los sueños,
alta la madrugada, fue conmigo
tu imagen bien amada, como un día
en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el río abajo,
hojas verdes perdidas llevó el viento
desde que nuestras sombras vieron quedas
su afán borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve
como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, y sus cenizas
guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta,
un alma solitaria fue la apuesta
arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
el cuerpo entre los hombres quedó en pena.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado
el mío por aquella antigua gracia,
y así despierto; hallando tras mi sueño
un lecho solo, afuera yerta el alba.

miércoles, 16 de enero de 2013

Alegría buzonera: llegar a casa, abrir el buzón y encontrar un sobre. Subir la escalera palpándolo, intentando adivinar por su peso, por su forma, incluso por su olor, lo que contiene. Desear que también vengan letras, letras de alguien que se ha preocupado de escribírtelas, además de meter los tesoros en un sobre, escribir tu dirección, ponerle sello, acercarse a correos...
 
Percibir (tal vez sin aceptar, o no del todo) la intensidad del compromiso, cierta conciencia de la belleza de sostener un legado...
 
Y alegría de coincidir.
 
E: estos no salen de casa. Todo lo más, un viaje andariego...

P: mis respetos. Gracias.
 
Y una estrofa (bueno, dos) de mi campamento base...
 
La revolución renace siempre, como un fénix
Llameante en el pecho de los desdichados.
Esto lo sabe el charlatán bajo los árboles
De las plazas, y su baba argentina, su cascabel sonoro,
Silbando entre las hojas, encanta al pueblo
Robusto y engañado con maligna elocuencia,
Y canciones de sangre acunan su miseria.
 
Por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren
Hombres callados a quienes falta el ocio
Para arrojar al cielo su tormento. Mas no puedo
Copiar su enérgico silencio, que me alivia
Este consuelo de la voz, sin tierra y sin amigo,
En la profunda soledad de quien no tiene
Ya nada entre sus brazos, sino el aire en torno,
Lo mismo que un navío al alejarse sobre el mar.
 
El poema se titula «La visita de dios» y pertenece a Las nubes (1937-1940)
 
 

 

viernes, 28 de diciembre de 2012

Hacía tiempo que no traía ningún poema del campamento base, pero ayer alguien (no sé porqué, si lo hubo...) lo mencionó y claro... Es lo que tiene. Abro el libro como un oráculo (como tantas otras veces). Y dice Cernuda:

Cuántas veces has ido en otro tiempo
Camino de esta fuente,
Buscando por la senda oscura
Adonde mana el agua,
Para quedar inmóvil en su orilla,
Mirando con asombro mudo
Como allá, entre la hondura,
Con gesto semejante aunque remoto,
Surgía otra apariencia
De encanto ineludible,
Propicia y enemiga,
Y tú la contemplabas,
Como aquel que contempla
Revelarse el destino
Sobre la arena en signos inconstantes.

Un desear atávico te atrajo
Aquí, madura la mañana,
Niño, ya no, ni hombre todavía,
Con nostalgia y pereza
De la primera edad lenta en huirnos;
E indeciso tu paso se detuvo,
Distante la corriente,
Mas su rumor cercano,
Hablando ensimismada,
Pasando reticente,
Mientras por esa pausa tímida aprendías
A conocer tu sed aún inexperta,
Antes de que los labios la aplacaran
En extraño dulzor y en amargura.

Vencido el niño, el hombre que ya eras
Fue al venero, cuyo fondo insidioso
Recela la agonía,
La lucha con la sombra profunda de la tierra
Para alcanzar la luz, y bebiste del agua,
Tornándose tu sed luego más viva,
Que la abstinencia supo
Darle fuerza mayor a aquel sosiego
Líquido, concordante
De tu sed, tan herido
De ella como del agua misma,
Y entonces no pudiste
Desertar la vereda
Oscura de la fuente.

Tal si fuese la vida
Lo que el amante busca,
Cuántas veces pisaste
Este sendero oscuro
Adonde el cuco silba entre los olmos,
Aunque no puede el labio
Beber dos veces de la misma agua,
Y al invocar la hondura
Una imagen distinta respondía,
Evasiva a la mente,
Ofreciendo, escondiendo
La expresión inmutable,
La compañía fiel en cuerpos sucesivos
Que el amor es lo eterno y no lo amado.

Para que sea perdido,
Para que sea ganado
Por su pasión, un riesgo
Donde el que más arriesga es que más ama,
Es el amor fuente de todo;
Hay júbilo en la luz porque brilla esa fuente,
Encierra al dios la espiga porque mana esa fuente,
Voz pura es la palabra porque suena esa fuente,
Y la muerte es de ella el fondo codiciable.
Extático en su orilla,
Oh tormento divino,
Oh divino deleite,
Bebías de tu sed y de la fuente a un tiempo,
Sabiendo a eternidad tu sed y el agua.

No importa que la vida
Te desterrara de esa orilla verde,
Su silencio sonoro,
Su soledad poblada;
Lo que el amor te ha dado
Contigo ha de quedar, y es tu destino,
En el alba o la noche,
En olvido o memoria;
Que si el cuerpo de un día
Es ceniza de siempre,
Sin ceniza no hay llama,
Ni sin muerte es el cuerpo
Testigo del amor, fe del amor eterno,
Razón del mundo que rige las estrellas.

Como flor encendidas,
Como el aire ligeras,
Mira esas otras formas juveniles
Bajo las ramas donde silba el cuco,
Que invocan hoy la imagen
Oculta allá en la fuente,
Como tú ayer; y dudas si no eres
Su sed hoy nueva, si no es tu amor el suyo,
En ellos redivivo,
Aquel que desde el tiempo inmemorable,
Con un gesto secreto
En su pasión encuentra
Rescate de la muerte,
Aceptando la muerte para crear la vida.

Aunque tu día haya pasado,
Eras tú, y son los idos,
Quienes por estos ojos nuevos buscan
En la haz de la fuente
La realidad profunda,
Íntima y perdurable;
Eras tú, y son los idos,
Quienes por estos cuerpos nuevos vuelven
A la vereda oscura,
Y ante el tránsito ciego de la noche
Huyen hacia el oriente,
Dueños del sortilegio,
Conocedores del fuego originario,
La pira donde el fénix muere y nace.
                      
«Vereda del cuco» pertenece al poemario Como quien espera el alba (1941-1944). Las fechas y el título ya dicen, por sí mismas, el ánimo con el que fue escrito…
Me gusta esta foto porque sonríe:

jueves, 9 de febrero de 2012

No recuerdo bién cuál fue el proceso que se iniciaba ese día, pero por algo fue que el 15 de mayo de 2010 yo le deseaba buen día a Baltasar Garzón con este poema. Dejo enlace (aquí) y poema para que nadie se me escape... Tristeza que vaya siendo cada día más necesario recordar su sentido...

Cuando allá dicen unos
Que mis versos nacieron
De la separación y la nostalgia
Por la que fue mi tierra,
¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
Escuchemos su coro concertado,
Adonde la creída dominante
Es tan sólo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es nuestra herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
Y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa dura escala
Que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
Adonde ahora todo nace muerto,
Vive muerto y muere muerto;
Pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
Con restaurados restos y reliquias,
A la que dan escolta hábitos y uniformes,
En medio del silencio: todos mudos,
Desolados del desorden endémico
Que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
Revancha contra quienes la negaron:
La historia de mi tierra fue actuada
Por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
Sino de siempre. Por eso es hoy
La existencia española, llegada al paroxismo,
Estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
En creer que la razón de soberbia adolece
Y ante el cual se grita impune:
Muera la inteligencia, predestinado estaba
A acabar adorando las cadenas
Y que ese culto obsceno le trajese
Adonde hoy le vemos: en cadenas,
Sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si soy español, lo soy
A la manera de aquellos que no pueden
Ser otra cosa: y entre todas las cargas
Que, al nacer yo, el destino pusiera
Sobre mí, ha sido ésa la más dura.

No he cambiado de tierra,
Porque no es posible a quien su lengua une,
Hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
La misma lengua con que hablaron antes,
Y mucho antes de nacer nosotros,
Las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
No es el poeta sólo quien ahí habla,
Sino las bocas mudas de los suyos
A quienes él da voz y los libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
Su tradición escoge, ni su tierra,
Ni tampoco su lengua; él las sirve,
Fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
Es para su conciencia; y yo a ésa sirvo
Pues sirviéndola, así a la poesía
Al mismo tiempo sirvo.

Soy español sin ganas
Que vive como puede bien lejos de su tierra
Sin pesar ni nostalgia. He aprendido
El oficio de hombre duramente,
Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
Cuyas maneras rara vez me fueron propias,
Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
Y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
Compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(Quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
O para aquellos pocos que me escuchen
Con bien dispuesto entendimiento.
Aquellos que como yo respeten
El albedrío libre humano
Disponiendo la vida que hoy es nuestra,
Diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

¿Qué herencia sino ésa recibimos?
¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

Luis Cernuda, «Es lástima que fuera tu tierra» (Díptico español), en Desolación de la Quimera

Y, claro, de maestro a maestro y rabio porque me toca: don Paco Ibáñez cantando su versión de otro poema de don Luis Cernuda: «Un español habla de su tierra»

martes, 9 de agosto de 2011

Y una cosa lleva a otra y esa otra suele ser, siempre o casi siempre, mi campamento base. Me lo crean o no me lo crean, abro el libro al azar y dice don Luis:

Tras el dolor, la angustia, el miedo,
Como niño al umbral de estancia oscura,
Será el ceder de la conciencia;
Mas luego recobrada, la luz nueva
Veré, y tú en ella erguido.

Sonreirán tus ojos,
Desconocido y conocido, con encanto
De una rosa que es ella y recuerdo de otra rosa,
Trayendo tu presencia el mundo nuevo
Hasta mí, con el poder de un dios. Entonces

Miraré ese que yo sea,
Para hallarle a la imagen de aquel mozo
A quien dijera adiós en tiempos
Idos, su juventud intacta
De nuevo, esperando, creyendo, amando.

La hermosura que el haber vivido
Pudo ser, unirá al alma
La muerte así, en un presente inmóvil,
Como el fauno en su mármol extasiado
Es uno con la música.

E iremos por el prado a las aguas, donde olvido,
Sin gesto el gozo, muda la palabra,
Vendrá desde tu labio hasta mi labio,
Fundirá en una sombra nuestras sombras.

«El éxtasis», en Vivir sin estar viviendo

martes, 26 de abril de 2011

De vuelta al campamento base (siempre)

Estaba preparando una pequeña antología de textos del 27 para mis chicos y no resisto la tentación de compartir con ustedes uno de ellos. Rabia, orgullo, tristeza, libertad y venganza...

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto,
Amenazadores barrotes, hiel descolorida,
Noche petrificada a fuerza de puños,
Ante todos, incluso el más rebelde,
Apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en ese agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino
Levantó hacia las aves con manos imperecederas;
No importa la juventud, sueño más que hombre,
La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
De un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
Miembros de mármol con sabor de estío,
Juego de esponjas abandonadas por el mar,
Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas,
Libertades memorables, manto de juventudes;
Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,
Es vil como un rey, como sombra de rey
Arrastrándose a los pies de la tierra
Para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos,
Límites de metal o papel,
Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
Adonde no llegan realidades vacías,
Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces la mano
Es hallar una montaña que prohibe,
Un bosque impenetrable que niega,
Un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
Ávidos dientes sin carne todavía,
Amenazan abriendo sus torrentes,
De otro lado vosotros, placeres prohibidos,
Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,
Tendéis en una mano el misterio.
Sabor que ninguna amargura corrompe,
Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.
Abajo, estatuas anónimas,
Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
Una chispa de aquellos placeres
Brilla en la hora vengativa.
Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

Luis Cernuda, Los placeres prohibidos (1931)