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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Vientos de Velintonia...

Hoy, la entrada de este cuadernín no la he escrito yo.
 
Hoy, la entrada de este cuadernín la ha escrito señorMolina, nuevo redactor en mi realidad.
 
                       
Ayer, 24 de diciembre de 2013, falleció Germán Coppini. No éramos amigos; nos faltó tiempo, determinación, valentía. Lo veía casi a diario desde hace años: quince, veinte tal vez, desde mi puesto de libros de la Cuesta de Moyano. Hace unos meses, y tras un breve periodo de ausencia, regresó y le vi visiblemente más delgado. Me contó que venía directamente del hospital, donde una dolencia hepática le había retenido durante un mes. Necesitaba respirar y trabajosamente intentaba ascender la Cuesta de Moyano. Suerte que mi puesto es uno de los primeros… Lo vi como siempre: pausado, tranquilo, tímido, casi resignado:

―Me dicen que haga vida normal, pero no puedo con mi alma… ―me dijo, palpándose el vientre. Le deseo suerte y nos damos un pequeño, tímido abrazo. No éramos amigos, ya lo dije anteriormente, pero recibí de él una mirada de gratitud que nunca olvidaré.

Germán Coppini acudía a su encuentro con la Cuesta de Moyano,casi a diario, siempre con sus vaqueros, su mochila al hombro y con aire pesaroso, como triste. Casi siempre solo, sólo en puntuales ocasiones acompañado.

Había algo que, al principio, conseguía enfadarme. Aunque pasaba por todas las casetas, raramente compraba libros en más de una. ¿Dificultades económicas? ¿Manía? ¿Promesa? ¿Falta de espacio? Vaya usted a saber. Sin embargo, solía permanecer un buen rato en el tablero de la caseta 15, extraño lugar en el que a diario se concentra un importante número de personajes siniestros, reaccionarios, fachas de medio pelo con aspiraciones intelectualoides. Me molestaba que Germán se parara allí y en más de una ocasión quise recriminárselo, pero no tuve el arrojo de hacerlo. Germán valía mucho más que todo eso: que la oscura caverna y que mi posible reproche. Ignoro si tenía dificultades económicas; no lo creo, pero tampoco puedo asegurarlo. Las razones de su apego a esa caseta me son desconocidas. Pero me da igual. Ninguno de los personajes que por allí pululaban habría entendido jamás su sensibilidad, su música, las letras de sus canciones… Aprendí a aceptar sus visitas a esa pocilga.

Germán Coppini es uno de los músicos más importantes de los últimos treinta años en España. Miembro fundador, junto con Miguel Costas y Julián Hernández, de Siniestro total, su carrera, una vez abandonado el grupo vigués, se encaminó hacia derroteros más pausados. Era pura poesía, puro lirismo. Se apartó de la primera línea de la industria de la música y apareció y desapareció tantas veces como quiso o pudo. En el almacén donde guardo mis libros y parte de mi vida, conservo todos los vinilos de Siniestro total y los de Golpes bajos. He disfrutado con ellos con mis veinte años como un loco, con mis treinta, con mis cuarenta, y lo haré mientras pueda escuche música. Guardaba y guardo sus discos y pensaba traerlos a mi caseta para que me los firmara. No soy fetichista, pero algo me dijo mi corazón cuando vi a Germán delgado, amarillento, pesaroso, y pensé que, malhereusement, no le quedaba mucho tiempo de vida. Las dichosas «afecciones hepáticas» son muy traicioneras y suelen pasar factura más pronto que tarde. Va por ti, mamá, también. Le faltó tiempo para dedicarme esos discos. Era tímido, retraído, y le daba como corte que alguien le reconociera. Yo lo sabía, y por eso, durante años, no quise importunarle en sus paseos por la Cuesta de Moyano. Sólo me compró libros en dos o tres ocasiones. Daba igual. Germán Coppini me ha hecho feliz con su música, con sus canciones, miles de veces.

Cincuenta y dos años. Ahí está su legado. Para ser recordado, disfrutado por quien lo conozca y por quien se aproxime a él desde hoy…

Yo, desde mi puesto de libros de la Cuesta de Moyano, lo echaré de menos. Pero me queda el gusto de haberlo tratado; de saludarnos y despedirnos, de percibir su agradecimiento cuando le pregunte por su salud. Ahí queda su música, inmortal.

Descanse en paz, sí, Germán Coppini.

 Javier Molina Muro, Navidad 2013.