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domingo, 16 de agosto de 2015
martes, 11 de agosto de 2015
miércoles, 25 de diciembre de 2013
Vientos de Velintonia...
Hoy, la entrada de este cuadernín no la he escrito yo.
Hoy, la entrada de este cuadernín la ha escrito señorMolina, nuevo redactor en mi realidad.
Ayer, 24 de
diciembre de 2013, falleció Germán Coppini. No éramos amigos; nos faltó tiempo,
determinación, valentía. Lo veía casi a diario desde hace años: quince, veinte
tal vez, desde mi puesto de libros de la Cuesta de Moyano. Hace unos meses, y
tras un breve periodo de ausencia, regresó y le vi visiblemente más delgado. Me
contó que venía directamente del hospital, donde una dolencia hepática le había
retenido durante un mes. Necesitaba respirar y trabajosamente intentaba
ascender la Cuesta de Moyano. Suerte que mi puesto es uno de los primeros… Lo
vi como siempre: pausado, tranquilo, tímido, casi resignado:
―Me dicen
que haga vida normal, pero no puedo con mi alma… ―me dijo, palpándose el
vientre. Le deseo suerte y nos damos un pequeño, tímido abrazo. No éramos
amigos, ya lo dije anteriormente, pero recibí de él una mirada de gratitud que
nunca olvidaré.
Germán
Coppini acudía a su encuentro con la Cuesta de Moyano,casi a diario, siempre
con sus vaqueros, su mochila al hombro y con aire pesaroso, como triste. Casi
siempre solo, sólo en puntuales ocasiones acompañado.
Había algo
que, al principio, conseguía enfadarme. Aunque pasaba por todas las casetas,
raramente compraba libros en más de una. ¿Dificultades económicas? ¿Manía?
¿Promesa? ¿Falta de espacio? Vaya usted a saber. Sin embargo, solía permanecer
un buen rato en el tablero de la caseta 15, extraño lugar en el que a diario se
concentra un importante número de personajes siniestros, reaccionarios, fachas
de medio pelo con aspiraciones intelectualoides. Me molestaba que Germán se
parara allí y en más de una ocasión quise recriminárselo, pero no tuve el
arrojo de hacerlo. Germán valía mucho más que todo eso: que la oscura caverna y
que mi posible reproche. Ignoro si tenía dificultades económicas; no lo creo,
pero tampoco puedo asegurarlo. Las razones de su apego a esa caseta me son
desconocidas. Pero me da igual. Ninguno de los personajes que por allí
pululaban habría entendido jamás su sensibilidad, su música, las letras de sus
canciones… Aprendí a aceptar sus visitas a esa pocilga.
Germán
Coppini es uno de los músicos más importantes de los últimos treinta años en
España. Miembro fundador, junto con Miguel Costas y Julián Hernández, de Siniestro total, su carrera, una vez
abandonado el grupo vigués, se encaminó hacia derroteros más pausados. Era pura
poesía, puro lirismo. Se apartó de la primera línea de la industria de la
música y apareció y desapareció tantas veces como quiso o pudo. En el almacén
donde guardo mis libros y parte de mi vida, conservo todos los vinilos de Siniestro total y los de Golpes bajos. He disfrutado con ellos
con mis veinte años como un loco, con mis treinta, con mis cuarenta, y lo haré
mientras pueda escuche música. Guardaba y guardo sus discos y pensaba traerlos
a mi caseta para que me los firmara. No soy fetichista, pero algo me dijo mi
corazón cuando vi a Germán delgado, amarillento, pesaroso, y pensé que, malhereusement, no le quedaba mucho
tiempo de vida. Las dichosas «afecciones hepáticas» son muy traicioneras y
suelen pasar factura más pronto que tarde. Va por ti, mamá, también. Le faltó
tiempo para dedicarme esos discos. Era tímido, retraído, y le daba como corte
que alguien le reconociera. Yo lo sabía, y por eso, durante años, no quise
importunarle en sus paseos por la Cuesta de Moyano. Sólo me compró libros en
dos o tres ocasiones. Daba igual. Germán Coppini me ha hecho feliz con su
música, con sus canciones, miles de veces.
Cincuenta y
dos años. Ahí está su legado. Para ser recordado, disfrutado por quien lo
conozca y por quien se aproxime a él desde hoy…
Yo, desde mi
puesto de libros de la Cuesta de Moyano, lo echaré de menos. Pero me queda el
gusto de haberlo tratado; de saludarnos y despedirnos, de percibir su
agradecimiento cuando le pregunte por su salud. Ahí queda su música, inmortal.
Descanse en
paz, sí, Germán Coppini.
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