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sábado, 5 de junio de 2010

"Si fuese posible distinguir entre lo que se debe escribir y lo que no, estaríamos ante el oficio más sencillo del mundo. Nos ahorraríamos para empezar toda la hueca palabrería que entorpece casi todos nuestros empeños, seríamos económicos y precisos. Concretos y exactos. Seríamos capaces por fin y al principio (extraña paradoja), de despreciar el adorno. Estaríamos ya y sin apenas pretenderlo ante el resultado aun no merecido de un esfuerzo que no se ha hecho todavía. Seríamos artistas sin siquiera hacerlo intentado. Una proposición imposible, se mire por donde se mire".

Ray Loriga, Sombrero y Mississippi, Barcelona, El Aleph Editores, 2010

sábado, 6 de marzo de 2010

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"En la ciudad había dos mudos y siempre estaban juntos"
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Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario, Barcelona, Seix Barral, 2009

lunes, 3 de agosto de 2009

«¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico»
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Rayuela, Julio Cortázar

jueves, 16 de julio de 2009

«Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora no estoy en paz. Hay que aclarar algunos puntos. Así que me apoyaré en un codo y levantaré la cabeza, mi noble cabeza temblorosa, y rebuscaré en el rincón de los recuerdos aquellos actos que me justifican y que por lo tanto desdicen las infamias que el joven envejecido ha esparcido en mi descrédito en una sola noche relampagueante. Mi pretendido descrédito. Hay que ser responsable. Eso lo he dicho toda mi vida. Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los silencios», Roberto Bolaño, Nocturno de Chile, Barcelona, Anagrama, 2000.

viernes, 12 de junio de 2009

«No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o de filo para cortarlo». Javier Marías, Tu rostro mañana (1. Fiebre y lanza)

sábado, 23 de mayo de 2009


«Sandro Benedetto, físico y astrólogo de mi pariente el ilustre Nicolás Orsini, condottiero a quien, después de su muerte, compararon con los héroes de la Ilíada, trazó mi horóscopo el 6 de marzo de 1512, día en que nací a las dos de la mañana, en Roma» (Bomarzo, Manuel Mujica Lainez)

viernes, 22 de mayo de 2009

«"¿Necesita ayuda?"

"Uno que me mate"

"Ante la respuesta, me detengo del todo. Está, más que sentada, acuclillada en el suelo al borde del sendero. Esa posición comprimida, de dolor de estómago, me ha sacado el ofrecimiento de ayuda. Y además, en la montaña es costumbre. Y además ella atrae, aunque eso lo haya visto en su respuesta cuando me levanta a la cara una cara de novia extraviada en el altar. Me detengo, no pesa la mochila ligera de un día de excursión por las cimas sin cuerdas ni hierros de escalada. No me acerco aún, me vuelvo y repito: "Uno que la mate. ¿Uno que la ame es lo mismo?"» («Ayuda», El contrario de uno, Erri de Luca)

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Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
[...]
«No volveré a ser joven», Las personas del verbo, Jaime Gil de Biedma.

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«Yo no existo... Y por si algún desconfiado, terco o maliciosillo no creyese lo que tal llanamente digo o exigiese algo de juramento para creerlo, juro y perjuro que no existo; y al mismo tiempo protesto contra toda inclinación o tendencia a suponerme investido de los inequívocos atributos de la existencia real [...]
.....Soy —diciéndolo en lenguaje oscuro para que lo entiendan mejor— una condenación artística, diabólica hechura del pensamiento humano (ximia Dei) [...]» (El amigo Manso, Benito Pérez Galdós )

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Y, por fin, cedo en el orgullo de llevar la contraria y:
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«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo» (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez)
Se me ha ocurrido «etiquetar» grandes comienzos (iba a poner «de novelas», pero cuando iba a escribirlo he pensado que sería bueno extenderlo a cualquier otro tipo de «comienzo»: nacimientos, amores, reconstrucciones...). ¿Por qué de no de poemas, incluso de días?: «Iba yo esta mañana en el cercanías cuando de repente suena el teléfono. Una voz, su voz, me dice suavito: gírate...». [Y aquí pueden ustedes imaginar de qué manera se comienza de otra forma este día no previsto...]
.....Mis amigos ya estarán pensando que todo este exordio es sólo para repetir, otra vez, el inicio de Cien años de soledad, pero no. Eso será otro día. Hoy quería empezar con un inicio (¿tautología?, ¿énfasis?...) que es, en sí mismo, una historia personal, social e histórica y por la que yo hubiera dado un dedo (digo, por escribirlo...). Díganme si no lo merece:
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«Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia». (La vorágine, José Eustasio Rivera)