Mostrando entradas con la etiqueta Saramago. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Saramago. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de agosto de 2012

Hoy he terminado de leer Ensayo sobre la lucidez, de Saramago.

Es de esos libros que cuando una termina se pregunta ¿y por qué no he leído yo antes esto? Supongo que la respuesta siempre es la misma (al menos es la que yo me doy, tal vez por comodidad o pocas ganas de polemizar conmigo también en esto, por una vez, y sin que sirva de precedente...): cada libro tiene su momento. Y el momento para este ensayo (o para esta lucidez) es el presente (por otra parte, siempre el mejor de los momentos. El único, diríamos...)
            
Que recuerde, sólo he tenido que suspender la lectura de dos libros (retomada en ambos casos). El motivo fue el mismo: la eficacia del narrador para contar un hecho que, de puro injusto, trasciende (en mi opinión) lo que podríamos denominar humano (aunque no sé yo... Escribo esto con cierto temor... Esta reflexión la dejaré para otra entrada, aunque desde ya les recomiendo Perros de paja, de John Gray). Los dos libros que me marearon, que me produjeron una repugnancia mental que tenía su expresión física en mi cerebro, fueron Huasipungo, de Jorge Icaza, y Ensayo sobre la ceguera, de Saramago.

Leí Ensayo sobre la ceguera antes de ir a ver la película. La sordidez del ambiente y el comportamiento de los ciegos crean un mundo tan claustrofóbico que no me dejaron casi lugar para analizar la técnica literaria del autor. Fue entonces cuando J2 me recomendó la lectura de Ensayo sobre la lucidez. Lo dijo (al menos, así lo recuerdo y entiendo hoy) como una relación lógica, como si una historia precisara de la otra como complemento o evolución necesaria. Y algo de eso hay, aunque sean dos novelas independientes.

A riesgo de que me quede pedante, digo que observo en la escritura de Saramago una técnica binaria que logra conjugar el análisis y crítica de la realidad (con un alto componente político, como no puede ser de otra forma) con un simbolismo cercano a cierta forma de religión. Porque se habla de una ceguera y de una lucidez que son formas de acción social y política en el mundo actual. De ahí, supongo, que el autor haya optado por titularlos ensayos... Y, sin embargo, la ceguera, política y simbólicamente en la novela, es no querer ver y la lucidez empezar a actuar...

Me gusta la forma que tiene de alargarse en la descripción de una estatua que sostiene un cántaro ya sin agua (y de contarlo en primera persona, además), la morosidad en detalles aparentemente nimios (la compra de un periódico, ponerse una corbata, la situación de un personaje en una fotografía...) y, sin embargo, acelerar de forma vertiginosa (veinte palabras, por ejemplo) hechos de un gran peso:

El hombre de la corbata azul con pintas blancas vino por detrás y le disparó en la cabeza.

El argumento: En unas elecciones municipales vota en blanco el 83% de la población. Es una ciudad que no se nombra pero que sabemos que es Lisboa (no porque el autor sea portugúés, sino porque de alguna manera lo deja entrever a lo largo del libro. Por ejemplo, refiriéndose a Pessoa: [...] dos únicas ventanas estrechas daban a un patio sombrío incluso en los días de sol, el desasosiego, por emplear la comparación vernácula [...]). A partir de este momento, se nos cuenta cómo el Gobierno va tomando medidas cada vez más arbitrarias y tiránicas contra una población anónima para centrarse en lo que estructuralmente supone la segunda parte de la novela: la investigación que lleva a cabo un comisario que terminará involucrado hasta el punto de tomar parte en la revolución silenciosa e invisible de un pueblo.

El autor es sutil hasta el escamoteo en el comportamiento de esa masa silenciosa que, sin órdenes, sin lemas, sin jefes, sin consignas (de ahí que en un principio se achaque el boicot a movimientos anarquistas internacionales), hace lo que tiene que hacer: limpiar las calles, atender a los vecinos que regresan, fotocopiar un escrito secuestrado por el Gobierno... Sin pdd, sin pdm, sin pdi...

La siguiente pregunta que se me plantea en ocasiones como ésta (es decir, al acabar algo importante) es ¿y ahora qué? ¿Cuál va a ser el siguiente? Porque, claro, no es fácil descender peldaños. No es fácil pero, desgraciadamente, es muy habitual. Así que ¿y ahora cuál?... ¿Eh?

viernes, 9 de septiembre de 2011

Siempre que se acostaba después de sus durísimas jornadas de trabajo, mi madre decía: «El que inventó la cama no tenía que morirse nunca». Lo decía así, como si todavía estuviera vivo. Y eso pienso yo ahora que leo La caverna de José Saramago. Hay personas que nos hacen tanta falta que no tenían que morirse nunca. Y lo digo porque Saramago, como el inventor de la cama, como el maestro de La lengua de las mariposas, como tantos otros, siguen vivos...


«El alfarero apiló los platos, primero los llanos, después los hondos, después éstos sobre aquéllos, los acomodó en la curva del brazo izquierdo del hombre, y, como tenía el botijo colgando de la mano derecha, no tuvo el beneficiado mucho de sí con que agradecer, sólo la vulgar palabra gracias, que tanto es sincera como no, y la sorpresa de una inclinación de cabeza nada armónica con la clase social a que pertenece, queriendo esto decir que sabríamos mucho más de las complejidades de la vida si nos aplicásemos a estudiar con ahínco sus contradicciones en vez de perder tanto tiempo con las identidades y las coherencias, que ésas tienen la obligación de explicarse por sí mismas»

«Viví, miré, leí, sentí, Qué hace ahí el leer, Leyendo se acaba sabiendo casi todo, Yo también leo, Por tanto algo sabrás, Ahora ya no estoy tan segura, Entonces tendrás que leer de otra manera, Cómo, No sirve la misma forma para todos, cada uno inventa la suya, la suya propia, hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa, A no ser, A no ser, qué, A no ser que esos tales ríos no tengan dos orillas sino muchas, que cada persona que lee sea, ella, su propia orilla, y que sea suya y sólo suya la orilla a la que tendrá que llegar»

miércoles, 18 de mayo de 2011

¿Qué tal si representamos el domingo Ensayo sobre la lucidez, de Saramago?
«Obsérvese, no obstante, que los partidos, al expresar sus puntos de vista, prefieren no arriesgar demasiado, dan una en el clavo y otra en la herradura, dicen que sí, pero que también. Los dirigentes del partido de la derecha, que forma gobierno y preside el ayuntamiento, parten de la convicción de que ese triunfo indiscutible, dicen ellos, les servirá la victoria en bandeja de plata, por lo que adoptaron una táctica de serenidad teñida de tacto diplomático, confiando en el sano criterio del gobierno, a quien incumbe hacer cumplir la ley, Como es lógico y natural en una democracia consolidada, como la nuestra, rematan. Los del partido del medio también pretenden que la ley sea respetada, pero reclaman del gobierno algo que de antemano saben que es totalmente imposible de satisfacer, esto es, el establecimiento y la aplicación de medidas rigurosas que aseguren la normalidad absoluta del acto electoral, pero, sobre todo, imagínense, de los respectivos resultados, De manera que en esta ciudad, alegan, no pueda repetirse el espectáculo vergonzoso que acabamos de dar ante la patria y el mundo. En cuanto al partido de la izquierda, después de que se reunieran sus máximos órganos directivos y tras un largo debate, elaboró e hizo público un comunicado en el que expresaba su más firme esperanza de que el acto electoral que se avecinaba haría nacer, objetivamente, las condiciones políticas indispensables para el advenimiento de una nueva etapa de desarrollo y de amplio progreso social»

José Saramago, Ensayo sobre la lucidez

viernes, 18 de junio de 2010

S.T.T.L. (Sit Tibi Terra Levis, Saramago.)


 "La última frase de efecto del primer ministro, Honrad a la patria, que la patria os contempla, con redoble de tambores y clarines sonantes, rebuscada en los sótanos de la más decadente retórica patrimonial, quedó deslucida por un Buenas noches que sonó a falso, es lo que tienen de bueno las palabras simples, que no saben engañar".

José Saramago, Ensayo sobre la lucidez