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viernes, 12 de septiembre de 2014

El largo viaje del día hacia la noche, de Eugene O'Neill, o cómo la búsqueda de aquel instante de felicidad nos sitúa en el infierno. Frente a la alegría de estar, la tortura de recuperar aquel microsegundo de eternidad.
 
Cada vez más convencida de que el mejor teatro es el de la palabra...
                  
 

lunes, 10 de junio de 2013

Lo de hoy es una recomendación.
 
Teatral.
 
Una recomendación teatral.
 
O sea, como diría mi amigo y compañero A: consejo, sugerencia, aviso... kultureta.
 
Hasta el día 30 de junio (en principio estaba programada hasta el 16, pero la han prorrogado) tienen la posibilidad de ver en la sala pequeña del teatro Español La anarquista, de David Mamet, con Magüi Mira y Ana Wagener. Dirección José Pascual.
 
Dicho lo cual:
 
A veces me dejo llevar por la inseguridad que me provocan las palabras. Las palabras, sabemos, son resbaladizas y engañosas pero... también, cuando viven y no las medimos, se dicen a sí mismas mostrándonos de una manera que tal vez no nos conviene. Repito: mostrándonos (¿dándonos?). Lo dice la Biblia: Al principio fue el Verbo. Y somos verbo y nada existe si no se puede nombrar (esas cosas, ya saben...). Claro, en una profe de lengua esto es peliagudo. ¿Sentirán el mismo miedo respecto al instrumento de su oficio otras profesiones?
 
Cuando me entra la inseguridad en las palabras, intento suplir ese temor con elementos que atraigan la atención (últimamente y en el oficio, las nuevas tecnologías de información y comunicación. Las extendidas TIC que tantos cursos han perfilado. Pero todo el departamento de lengua del instituto de este año hemos asistido a uno -presencial- de Literatura rusa... No sé si me explico). Espero que sí.
 
Me da pena que estemos perdiendo las palabras porque nuestro cuerpo se convierte en sombra. Siento tristeza cuando oigo hablar a los políticos. Mejor se quedaban callados. Harían lo mismo y no ofenderían ni la belleza ni el entendimiento.
 
Y entonces llegan dos mujeres, dos actrices, se encierran en una calurosa y pequeña sala de un teatro con el único atrezzo de una mesa con papeles y un teléfono y te envuelven en el respeto y la maravilla de la palabra bien dicha que expresa el pensamiento. La dialéctica. La lucha, el enfrentamiento.
 
Quiero ser libre pero para ello te tengo que convencer. Quieres convencerme pero es mentira... Morir o matar. Dos fuerzas enfrentadas por medio de la palabra. Ahí es nada. Cada una de ellas se juega en el discurso su pasado, su ideología, su vida y su libertad. La razón de su vida.
 
Y una, simple espectadora, sale del teatro y se va a tomar una cerveza y a preguntarse con otras locas como ella cómo es posible que se haya perdido la vocación de respeto hacia la palabra. No la palabra, sino la idea de que ella era necesaria e imprescindible para aprehender el mundo y para obtener y dar placer...
 
Para entender y desentender. Para acercarse, para alejarse, para ver a tu padre y darle la oportunidad de entenderte, para que te perdone...
 
Y nota pequeñita: no hubo ni una palabra de las actrices que no entendiera, ni una sola que se perdiera en el piélago de la inexperiencia, la improvisación o la falta de recursos... Es decir, no era sólo palabra inteligente, sino palabra bien dicha: vocalizada, pronunciada, terminada. Rotunda.
 
Y nada, que no se la pierdan. Y que yo volvería encantada...
 
 
 
 


martes, 12 de julio de 2011

«En resumen: para realizar con dignidad este oficio, para llegar a ser buenos teatreros, la clave está en comprometerse a adquirir todos estos elementos de conocimiento, y esto viene del estudio, de la observación directa, de la práctica. En conclusión: huir de prejuicios, evitar perseguir la moda, si no quieres encontrarte con el culo al aire. Estar vinculado a nuestro tiempo, incluso cuando se trate con material del pasado. Rechazar las definiciones, las categorías de importancia, es decir, las clasificaciones de tipo aristotélico para entendernos, según las cuales en la escala de valores primero está la tragedia, después el drama, luego la comedia y así seguido, hacia abajo hasta el teatro de marionetas, el saltimbanqui, el payaso


«He visto a Gassmann salir de escena después de un espectáculo y desplomarse en una silla, completamente hecho polvo, mientras que en escena durante toda la función parecía que no le costaba nada… eso quiere decir oficio y talento»

 
Dario Fo, Manual mínimo del actor (traducción de Carla Matteini), Hiru, 1998
 


viernes, 18 de marzo de 2011


Vengo del María Guerrero de ver Woyzeck, de Georg Büchner, dirigida por Gerardo Vera. R dice que se me veía girar en la cabeza el «hijo de puta» (no hacia Woyzeck, hacia otro personaje) que no me atrevía a verbalizar porque yo en el teatro me comporto como una damisela (entre damisela y partorcita, que diría la comadre..) Supongo que la intención del autor fue esa: levantar al espectador de la butaca por medio de la rabia... Es una obra durísima, con momentos intensos y una interpretación magistral de Javier Gutiérrez. En el programa de mano dice Juan Mayorga (que la ha versionado): «Tal es la tragedia de Woyzeck: la de un ser humano que nació para la libertad y la belleza, pero que, enloquecido de soledad, destruirá a quien ama y se destruirá a sí mismo. Sin haber llegado a comprender.»

Luego, he bajado andandiviri hasta casa comprendiendo, por fin, la tontería que tengo encima desde ayer. Fascinada como siempre ante: