Lo de hoy es una recomendación.
Teatral.
Una recomendación teatral.
O sea, como diría mi amigo y compañero A: consejo, sugerencia, aviso... kultureta.
Hasta el día 30 de junio (en principio estaba programada hasta el 16, pero la han prorrogado) tienen la posibilidad de ver en la sala pequeña del teatro Español
La anarquista, de David Mamet, con Magüi Mira y Ana Wagener. Dirección José Pascual.
Dicho lo cual:
A veces me dejo llevar por la inseguridad que me provocan las palabras. Las palabras, sabemos, son resbaladizas y engañosas pero... también, cuando viven y no las medimos, se dicen a sí mismas mostrándonos de una manera que tal vez no nos conviene. Repito: mostrándonos (¿dándonos?). Lo dice la Biblia: Al principio fue el Verbo. Y somos verbo y nada existe si no se puede nombrar (esas cosas, ya saben...). Claro, en una profe de lengua esto es peliagudo. ¿Sentirán el mismo miedo respecto al instrumento de su oficio otras profesiones?
Cuando me entra la inseguridad en las palabras, intento suplir ese temor con elementos que atraigan la atención (últimamente y en el oficio, las nuevas tecnologías de información y comunicación. Las extendidas TIC que tantos cursos han perfilado. Pero todo el departamento de lengua del instituto de este año hemos asistido a uno -presencial- de Literatura rusa... No sé si me explico). Espero que sí.
Me da pena que estemos perdiendo las palabras porque nuestro cuerpo se convierte en sombra. Siento tristeza cuando oigo hablar a los políticos. Mejor se quedaban callados. Harían lo mismo y no ofenderían ni la belleza ni el entendimiento.
Y entonces llegan dos mujeres, dos actrices, se encierran en una calurosa y pequeña sala de un teatro con el único atrezzo de una mesa con papeles y un teléfono y te envuelven en el respeto y la maravilla de la palabra bien dicha que expresa el pensamiento. La dialéctica. La lucha, el enfrentamiento.
Quiero ser libre pero para ello te tengo que convencer. Quieres convencerme pero es mentira... Morir o matar. Dos fuerzas enfrentadas por medio de la palabra. Ahí es nada. Cada una de ellas se juega en el discurso su pasado, su ideología, su vida y su libertad. La razón de su vida.
Y una, simple espectadora, sale del teatro y se va a tomar una cerveza y a preguntarse con otras locas como ella cómo es posible que se haya perdido la vocación de respeto hacia la palabra. No la palabra, sino la idea de que ella era necesaria e imprescindible para aprehender el mundo y para obtener y dar placer...
Para entender y desentender. Para acercarse, para alejarse, para ver a tu padre y darle la oportunidad de entenderte, para que te perdone...
Y nota pequeñita: no hubo ni una palabra de las actrices que no entendiera, ni una sola que se perdiera en el piélago de la inexperiencia, la improvisación o la falta de recursos... Es decir, no era sólo palabra inteligente, sino palabra bien dicha: vocalizada, pronunciada, terminada. Rotunda.
Y nada, que no se la pierdan. Y que yo volvería encantada...