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jueves, 9 de enero de 2014

Tu adoración precisaba un dios.
Donde faltaba uno, uno halló.
Vulgares atletas se volvieron dioses.
Deificados por tu apasionamiento
que parecía haber sido diseñado de nacimiento para un dios.
Era un buscador de dioses. Y una forma de hallarlos.
Tu padre te había ya apuntado hacia Dios
y cuando su muerte apretó el gatillo,
                                                          en ese destello
viste tu vida entera. Rebotaste
a lo largo de tu carrera Alfa
con la furia
de una bala de alta velocidad
que no logra despojarse de su lastre
de energía kinética. Los elegidos
más o menos murieron en el impacto.
Eran demasiado mortales para aguantarlo. Eran pura
                                                                          mente,
provisionales, especulativos, simples auras.
Fenómenos en la barrera de sonido a lo largo del curso de tu vuelo.
Pero dentro de tus kleenex mojados de llanto,
y de tus pánicos del sábado en la noche,
bajo tu pelo peinado de un modo u otro,
detrás de lo que parecían despechos
y una cascada de sollozos en diminuendo,
seguías invariable.
Tenías una envoltura de oro o plata maciza
con la punta de níquel. Trayectoria perfecta
como atravesando el éter. Hasta la cicatriz de tu mejilla,
que parecía un corte filoso de hormigón,
sirvió como el cañón de un rifle
para mantenerte recta.
                                    Hasta que tu verdadero objetivo
se escondió detrás mío [sic]. Tu padre,
el dios con la pistola humeante. Durante largo tiempo
indefinido como bruma, ni siquiera supe
que había sido alcanzado
o que me habías atravesado limpiamente,
para enterrarte al fin en el corazón del dios.
 
En mi posición, un curandero adecuado
podría haberte agarrado al vuelo con sus manos desnudas,
pasándote luego de una a otra, mientras te enfriabas,
sin dios, feliz, tranquila.
                                       Conseguí
un mechón de tu pelo, tu camisón, tu reloj y tu anillo.
 
Ted Hughes, «El disparo», Cartas de cumpleaños (traducción de Luis Antonio de Villena, introducción de Andreu Jaume, nota final de Luna Miguel), Barcelona, Lumen, 2013. Cincuenta años de la desaparición de Sylvia Plath, nueva edición.