Hay poemas y poemas y después están los poemas. Este pertenece a la última clasificación.
MOMENTOS FELICES(De "De claro en claro", 1956)
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
Mostrando entradas con la etiqueta Gabriel Celaya. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gabriel Celaya. Mostrar todas las entradas
miércoles, 21 de septiembre de 2016
lunes, 18 de marzo de 2013
Gabriel Celaya (18 de marzo de 1911 - 18 de abril de 1991)
En pleno desastre, me asalta la alegría.
Se puede sumar, multiplicar, ¡qué tontería!
La matemática actual llegal a mucho más,
furias divinas.
Rabiar en abstracto, ser uno con su contrario,
reír sin razón, vivir porque sí,
¡ah!
Es tan grande la explosión que todos cabemos dentro,
y ahí dentro construimos pequeños refugios
que llamamos centros,
centros climatizados, centros civilizados con su yo bien escondido,
protegido por la técnica moderna
contra una posible desintegración,
protegido también por falsos laberintos,
falsas puertas, espejos, trampas y pasadizos
que no dan a ningún lado,
y por miles de culturas archivadas
en microfilms encerrados en cápsulas de acero
anti-tal, cual y lo otro.
Y así todos soñamos sueños de faraón.
Resucitaremos, dicen, sin somos ricos
gracias a la hibernación.
Pero subsiste el peligro de una explosión interna,
la de la risa idiota,
la de nuestras tripas,
la que canta, lala-lelo, Arbigorriya.
Contra toda protección,
¿no serán alegría destructora las impersonales furias idiotas?
¿Y la muerte, irrisión personal, gloria infinita,
no será sólo expansión
más allá de lo que cabe pensar sólo desde el yo?
Se puede sumar, multiplicar, ¡qué tontería!
La matemática actual llegal a mucho más,
furias divinas.
Rabiar en abstracto, ser uno con su contrario,
reír sin razón, vivir porque sí,
¡ah!
Es tan grande la explosión que todos cabemos dentro,
y ahí dentro construimos pequeños refugios
que llamamos centros,
centros climatizados, centros civilizados con su yo bien escondido,
protegido por la técnica moderna
contra una posible desintegración,
protegido también por falsos laberintos,
falsas puertas, espejos, trampas y pasadizos
que no dan a ningún lado,
y por miles de culturas archivadas
en microfilms encerrados en cápsulas de acero
anti-tal, cual y lo otro.
Y así todos soñamos sueños de faraón.
Resucitaremos, dicen, sin somos ricos
gracias a la hibernación.
Pero subsiste el peligro de una explosión interna,
la de la risa idiota,
la de nuestras tripas,
la que canta, lala-lelo, Arbigorriya.
Contra toda protección,
¿no serán alegría destructora las impersonales furias idiotas?
¿Y la muerte, irrisión personal, gloria infinita,
no será sólo expansión
más allá de lo que cabe pensar sólo desde el yo?
Gabriel Celaya, «El inútil escondite» (de La higa de Arbigorriya), en Poesía hoy (prólogo de amparo Gastón), Madrid, Espasa-Calpe, 1981
jueves, 23 de agosto de 2012
Mata los fantasmas.
No imagines desgracias.
Ya lo ves, todavía
no nos han fusilado.
No podemos quejarnos.
No fabriques tormentas.
No me pidas más cuentas.
Ya lo ves, todavía
hay niños en la calle
que se ríen de balde.
No han tirado la bomba
mayúscula y redonda.
Ya lo ves, todavía
podemos ser, seremos
y nos defenderemos.
El sol sale; la brisa
pasea su alegría.
Ya lo ves, todavía.
Canta, pequeña mía.
No tienes otra vida.
¡Todavía! Y te duermes
flotando, como en ciernes.
Ya lo ves, todavía.
Con tu sonrisa inerme,
para nada, en tu siempre.
Ausente, eres lo bello.
Mas despierto yo pienso,
todavía, sí, todavía,
las mentiras que digo
con rubor, como un niño.
Gabriel Celaya, «Cuando a mi amor», De claro en claro, Madrid, Turner, 1977
No imagines desgracias.
Ya lo ves, todavía
no nos han fusilado.
No podemos quejarnos.
No fabriques tormentas.
No me pidas más cuentas.
Ya lo ves, todavía
hay niños en la calle
que se ríen de balde.
No han tirado la bomba
mayúscula y redonda.
Ya lo ves, todavía
podemos ser, seremos
y nos defenderemos.
El sol sale; la brisa
pasea su alegría.
Ya lo ves, todavía.
Canta, pequeña mía.
No tienes otra vida.
¡Todavía! Y te duermes
flotando, como en ciernes.
Ya lo ves, todavía.
Con tu sonrisa inerme,
para nada, en tu siempre.
Ausente, eres lo bello.
Mas despierto yo pienso,
todavía, sí, todavía,
las mentiras que digo
con rubor, como un niño.
Gabriel Celaya, «Cuando a mi amor», De claro en claro, Madrid, Turner, 1977
Suscribirse a:
Entradas (Atom)