Esta mañana, nada más levantarme, o sea, a las 06:30, he roto una copa. La copa en la que ayer brindé con un cavita que me regalaron por mi cumpleaños. Brindé por mí misma y unas cuantas cosas más (secretas e inconfesables). Estaba cogiendo el cuchillo para comerme el kiwi cuando, ¡zas!, la golpeé y se hizo trizas. Y, claro, empezar el día con algo roto nos lleva, de forma inmediata, a pensar que si así es el comienzo... Aun así, he intentado olvidar el mal augurio (en los últimos tiempos me estoy haciendo experta) y salir entera de mi casa (a pesar de los fragmentos envueltos en papel de periódico). A cuarta hora tenía una guardia en biblioteca y he consultado el feis (ahora que puedo hacerlo desde el teléfono...). Y me he encontrado, casualidades cortazarianas, con este poema de Karmelo Iribarren Chandler, que se titula «Pequeñas catástrofes cotidianas»:
Se ha hecho añicos,
pero sólo es un vaso;
tiene una mancha,
pero sólo es un mantel.
Pequeñas catástrofes cotidianas,
si así lo quieres;
pero no el fin del mundo.
Olvida. Ponte en marcha. Te queda aún
mucho día por vivir.
Y he pensado, al leerlo, en la levedad (ya saben, ese tema que tanto me gusta...). Y en cómo se puede conseguir quitar peso a las palabras quitando o... añadiendo, como es el caso. La diferencia de decir te queda aún mucho por vivir, que es una frase tópica y vacía, que lo único que evoca es el abismo y te queda aún mucho día por vivir, que nos presenta un horizonte cercano, humano, asumible, asimilable, al que me puedo enfrentar... Al día sí, a la vida... hay que ir viendo.