Mostrando entradas con la etiqueta José Hierro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta José Hierro. Mostrar todas las entradas

miércoles, 18 de febrero de 2015

¿Y cómo podría decirlo sin la poesía?

Yo creo en ti. Ciegamente
creo en ti. Te albergo. Guardo
tu recuerdo. Creo en ti
porque creo en mí. (No hay canto
sin cantor, dolor sin hombre,
efecto sin causa...)

                                  Hablo
de ti como de algo mío.
Te añoro a ti, y sin embargo
no sé si habrás sido llama
que me ha quemado las manos.
No sé si habrás sucedido
para que me emborrachara
con tu vino amargo;
ni sé si habrás sido sólo
sueño y fantasía...

                                  Llamo
a tu puerta. Grito el nombre
que tantas veces te he dado;
y tu respuesta es un leve
tiemblo del aire, un lejano
palpitar. Entonces sé
que venzo al pasado.

Yo creo en ti. A veces quiero
penetrar en tu cercado;
sentir, bajo el pie desnudo,
tu verde contacto;
volver a vivir la vida
que canté en tus brazos.

Yo creo en ti. El trigo estaba
listo para ser segado.
Sé que tienes un sentido
que yo no he desentrañado.
Nada sucede que no
tenga su razón (no hay canto
sin cantor, dolor sin hombre,
efecto sin causa...)

                                  Cuando
te encuentro dormido, quieto
sobre la bahía, o dando
tus verdes hojas al viento
tibio del verano;
cuando surges de repente
como un fuego trágico
(un fuego que ha consumido
lo mejor que yo le he dado);
cuando te encuentro vacío,
desnudo y lejano,
yo creo en ti. Te albergo. Llamo
a tu gran puerta cerrada,
cantando y llorando.
Pregunto por mí, tendido
en el otro lado.
Pregunto qué hace, qué sueña
(qué sueño, qué hago).

Porque sé que algo le mueve,
me mueve, me movió, que algo
le retuvo, me retuvo,
que nada fue en vano,
que hondas verdades de fuego
desnudasteis, desnudamos,
que todo tiene razón
y nombre, aunque no sé hallarlos...

Tantas cosas hay en ti...
No sé si piedras o rayos,
que ya no sé si dormir
para no pensarlo,
si abrir los ojos, velar,
para huir del sueño malo...

José Hierro. "Tiempo mío sin mí", Una vasta mirada, en Quinta del 42 (1953)

José Hierro

lunes, 17 de noviembre de 2014

En mí la siento aunque se esconde. Moja
mis oscuros caminos interiores.
Quién sabe cuántos mágicos rumores
sobre el sombrío corazón deshoja.

A veces alza en mí su luna roja
o me reclina sobre extrañas flores.
Dicen que ha muerto, que de sus verdores
el árbol de mi vida se despoja.
Sé que no ha muerto, porque vivo. Tomo,
en el oculto reino en que se esconde,
la espiga de su mano verdadera.
Dirán que he muerto, y yo no muero. ¿Cómo
podría ser así, decidme, dónde
podría ella reinar si yo muriera?
 
José Hierro, "Alegría interior", en Alegría (1947)

lunes, 23 de junio de 2014

I
 
Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.
 
                            Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)
 
                           Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti-¿por ti o por mí?
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierren
a sus muertos.
 
II
 
                         ¡Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...
 
¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir-con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos
pero con más amor-
uno al lado del otro...
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo,
lo sé para mi daño.)
 
Yo te hablaría
lo mismo que hablaría,
si yo fuese su dueño,
mi verso: con palabras
de cada día, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
«te quiero». Sin llorar
ni decirse «te quiero»,
que es cosa de mujeres.

Qué quedaría entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte-pensé
aquel día-. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
día a día.

III

Pero esta noche...
Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.

Y te comprendería,
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne ce su carne,
su hermoso mundo...

IV

Son líneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.

Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguía.

Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festín de las flores.
En vaho tibio para
empañar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
Estaría mezclándose
con la tierra materna.
Se hacía mano viva:
lo que es ahora.

V

Te abrazaría, créeme.
Te daría calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un día
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.

Cuando vivías, eras
un extraño. Aquel día,
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.

                                Tarde,
para mi daño.

José Hierro, «Remordimiento», en Antología (selección y prólogo de Aurora de Albornoz), Madrid, Visor.

El poema pertenece al libro Cuanto sé de mí (1957)

             




domingo, 25 de mayo de 2014

Mi amigo y maestro Ángel Zapata compartió ayer este poema en el feis... Es de don Pepe Hierro y se titula Respuesta.
 
Es el poema que yo necesitaba...
 
Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no
                                                                                [comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.

Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase y
                                                                                  [te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.

Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy verde...

Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola,
la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro nordeste,
aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una antorcha,
aquel niño que azota la mar con su mano inocente...

Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?

Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras
como tú me entendieses.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Este poema tiene un son
que no es el suyo. Imaginad
que estamos bailando un bolero.
Pero la música que suena
yo no la oigo: es otro ritmo,
otro compás, el que yo llevo.
Bailo a destiempo, a contratiempo.
Mi pareja se queja porque
la estoy pisando. ¿Cómo puedo
decirle que escucho una música
que ya sonó o no sonó nunca?
Nos sentamos. No nos miramos.
(No nos veríamos).
                               El son
de este poema no es el suyo:
llevamos músicas distintas.
Por eso el baile es imposible
y debo desistir.
                        
José Hierro, «A contratiempo», Cuaderno de Nueva York, Madrid, Hiperión, 1999 (9ª edición)