martes, 10 de marzo de 2015

Y vaya una a saber por qué se quedan instalados en el recuerdo, y suben para atraparte, esos momentos que no fueron ni importantes ni significativos... en la conciencia, claro.
     
Mi abuela paterna murió en el Hospital de San Carlos (actual Centro de Arte Reina Sofía). Mi padre me lo contó un día que pasábamos al lado del edificio, entonces abandonado y lleno de gatos. Y no sé si, recuerdo o invención, nosotros íbamos comiendo, precisamente, lenguas de gato. Ahora añadiría que de chocolate blanco, pero no sé yo si eso será ya demasiado rizar el rizo...
 
Otro momento de estos insignificantes fue cuando, pasando al lado de la Escuela de Peritos de la Ronda de Valencia, intentaba que yo memorizaba la matrícula del pegasín (su 600 color butano). M-2093-AK. Mucho tiempo después, tuve este mismo número en el carnet de un videoclub y la cosa terminó fatal un Jueves Santo... Ya saben, la Última Cena etcétera...
 
El ángel azul iba yo a alquilar ese día...
              


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