miércoles, 28 de mayo de 2014

«Había llegado [Montaigne] demasiado pronto. Pues, ¿de qué servía el intento de Montaigne de advertir al lector del peligro de las ambiciones y de los afanes, de involucrarse con demasiada pasión en el mundo exterior? ¿De qué servía su sosegado anhelo de templanza y tolerancia a una edad impetuosa que no quiere sufrir desilusiones y no busca tranquilidad, sino sólo, de manera inconsciente, algo que estimule su impulso vital? Es consustancial a los jóvenes no dejarse aconsejar templanza y escepticismo. Cualquier duda se convierte para ellos en un freno, porque necesitan fe e ideales para desatar su energía interior. E incluso la locura más radical y absurda, con tal de que los entusiasme, les resulta más importante que la sabiduría más sublime, que debilita su fuerza de voluntad.»
             
Stefan Zweig, Montaigne (traducción J. Fontcuberta, prefacio J. Bayod Brau, edición Knut Beck), Barcelona, El acantilado, 2008

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