«Había llegado [Montaigne] demasiado pronto. Pues, ¿de qué
servía el intento de Montaigne de advertir al lector del peligro de las
ambiciones y de los afanes, de involucrarse con demasiada pasión en el mundo
exterior? ¿De qué servía su sosegado anhelo de templanza y tolerancia a una
edad impetuosa que no quiere sufrir desilusiones y no busca tranquilidad, sino
sólo, de manera inconsciente, algo que estimule su impulso vital? Es
consustancial a los jóvenes no dejarse aconsejar templanza y escepticismo.
Cualquier duda se convierte para ellos en un freno, porque necesitan fe e
ideales para desatar su energía interior. E incluso la locura más radical y
absurda, con tal de que los entusiasme, les resulta más importante que la
sabiduría más sublime, que debilita su fuerza de voluntad.»
Stefan Zweig, Montaigne (traducción J. Fontcuberta, prefacio J. Bayod Brau, edición Knut Beck), Barcelona, El acantilado, 2008
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