«La felicidad, en cambio, da miedo. Es demasiado ─cómo decir─
inapelable. Uno está indefenso ante la felicidad, ante la inminencia de su
desplome con su descomunal peso feliz, bajo el que queda felizmente aplastado,
agitando sus extremidades. Uno se siente más cómodo y protegido en las afueras
de la felicidad ─igual que en las afueras de las ciudades o en las afueras de
la gente─, sin tanta presión encima, con más espacio libre para moverse y,
llegado el caso, bailar. Son esos momentos previos en que la felicidad gravita
alrededor de uno en forma de promesa. Una moderada desgracia, una calamidad
llevadera, el intervalo entre dos alferecías. La felicidad sobreviene y es una
crisis, una catástrofe, un rayo que calcina un árbol, una enfermedad fulminante
para la cual no hay antídoto. La felicidad es un lugar solitario. La felicidad
y los rayos, mejor cuanto más tarde. Cree uno.»
¡oh!
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