lunes, 11 de octubre de 2010

¡Uf!, y lágrima

Me gusta la palabra trapera por lo que tiene de invención o creación de un mundo-otro después de la primera vida de las cosas. Según doña María Moliner es la "Persona que se dedica al comercio de trapos // Particularmente, la que va por la calle, generalmente con un gran saco, comprando, en las casas de donde le llaman, trapos, papel y cosas viejas"
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Y como siempre una cosa lleva a la otra, surge en la memoria el mejor trapero de la historia, el "Domador de Versos" que aparece en la película Leolo, de Jean-Claude Lauzon. Hace tiempo que no la he vuelto a ver (temo no resistirla, la verdad), pero siempre recuerdo a ese maravilloso personaje (trasunto del autor del único libro que hay en la casa de Leolo y que sirve para calzar la mesa: El valle de los avasallados, de Réjean Ducharme). El "Domador de versos" recorre cada noche la ciudad y busca en la basura escritos, cuadernos de los que arrojamos en ocasiones sin saber muy bien el valor de las palabras después. ¿Después de qué? No se sabe. Puede ser después de un desastre nuclear como en Blade runner, después de una muerte, después de un adiós o después de la locura... Eso pertenece al reino-inframundo del Domador,  hermoso reducto ("Mi soledad es mi palacio") iluminado por las velas y la música de Tom Waits:
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"A ti la dama, la audaz melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú, que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar... te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira, que tú misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad".
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"Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño... sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño".
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“El domador de versos se pasaba las noches hurgando en todas las basuras del mundo. El domador cree que las imágenes y las palabras deben mezclarse en las cenizas de los versos para renacer en la imaginación de los hombres. ‘Hay que soñar, Leolo… Hay que soñar’”.
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“En ese momento, sólo podía pensar en una maravillosa escena de película. Y como siempre, me contemplaba a mí mismo jugando a la vida”.
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“No intento recordar las cosas que ocurren en los libros, lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar”.
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Réjean Ducharme, L'avalée des avalés,  (traducción de Miguel Rei), Madrid, Editorial Doctor Domaverso, 2009

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