sábado, 7 de agosto de 2010

Y por la coincidencia de: 1) el poema de Ana Pérez Cañamares que colgué hace unos días; 2) una foto y una referencia que hizo Joxan en su blog a Cosimo Piovasco di Rondò; 3) la lectura de algunos artículos sobre Pavese en los que, inevitablemente, aparece Calvino... he releído El barón rampante. Se me había olvidado lo grande que es Ítalo Calvino...Y la falta que nos hace ("Levedad", de Seis propuestas para el próximo milenio, una joya...). Y qué hermosa palabra: levedad...
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"Cosimo estaba aún en esa edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, y así se marchaba de caza, estaba fuera semanas enteras, luego regresaba a los árboles de la plaza sosteniendo por la cola garduñas, tejones y zorros, y contaba a los ombrosenses nuevas historias que, al contarlas, de verdaderas se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas".
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"Aprendió esto: que las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de relieve las mejores dotes de las personas aisladas, y dan una alegría que raramente se alcanza actuando por propia cuenta, la de ver cuánta gente honrada y valiente y capaz hay, para la que vale la pena querer cosas buenas (mientras que viviendo por propia cuenta ocurre muy a menudo lo contrario, que se ve la otra cara de la gente, esa por la que es preciso tener siempre la mano en la guarda de la espada)."

2 comentarios:

  1. AAAaamiga....era relectura!! Y yo en un sinvivir pa'ver si bajaba del árbol o qué....

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  2. Spoiler sobre "El barón rampante", avisados quedáis...





    "Recuerdo cuando enfermó. Nos dimos cuenta porque llevó su yacija al gran nogal del centro de la plaza. Antes había tenido siempre ocultos los lugares donde dormía, con su instinto salvaje. Ahora sentía la necesidad de estar siempre a la vista de los demás. A mí se me oprimió el corazón: siempre había pensado que no le gustaría morir solo, y aquello era quizá ya un signo. Le mandamos un médico con una escala; cuando bajó hizo una mueca y abrió los brazos.
    Subí yo por la escala. "Cosimo" empecé a decirle, "tienes sesenta y cinco años cumplidos, ¿cómo puees continuar ahí arriba? Lo que querías decir ya lo has dicho, lo hemos entendido, ha sido una gran fuerza de ánimo la tuya, lo has logrado, ahora puedes descender. Incluso quien ha pasado toda la vida en el mar llega a una edad en la que desembarca".
    [...]
    Ciertos aeronaturas ingleses hacían experimentos de vuelo en mongolfier sobre la costa. ERa un hermoso globo, adornado con flecos y franjas y borlas, con una barquilla de mimbre colgada [...] Cósimo había alzado la cabeza y miraba atento el globo.
    [...]
    El agonizante Cosimo, en el momento en que la soga del ancla pasó a su lado, dio un salto de los que le eran habituales en su juventud, se agarró a la cuerda, con los pies en el ancla y el cuerpo hecho un ovillo, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por el viento, frenando apenas la carrera del globo, y desaparecer hacia el mar...
    [...]
    Así desapareció Cosimo, y ni siquiera nos dio la satisfacción de verlo volver a la tierra de muerto. En la tumba familiar hay una estela que lo recuerda con la inscripción: "Cosimo Piovasco di Rondò - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo"
    [...]"

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