viernes, 14 de mayo de 2010

 
 Estoy cansada (de estar cansada...) de escuchar cómo se me considera, como mujer, elemento de un grupo con unas características en las que no me reconozco y de las que, en principio, ellos se han enamorado... ¡Que se manden mudar pero que no me cuenten su vida, pordiós!... En corto: estoy harta de hombres que se quejan de la estupidez de las mujeres a las que supuestamente aman considerando que las estupideces (lo que ellos consideran estupideces) son propias del género femenino... Hay mujeres ("veneno, mujeres imán, hay mujeres de fuego y helado metal... Hay mujeres consuelo, hay mujeres consuelo, hay mujeres consuelo, mujeres fatal"... Huy, perdón... Ya saben: la música...) a las que no les gusta ir a Ikea, que cuando alguien dice "torera" no piensan en una chaquetilla sino en una banderilla (que le ponen nada más entrar, solipén, en El kiebro...), a las cuales (créanmelo) no les apasiona ir de compras...). Y son mujeres. Venía yo rumiándolo en Cercanías cuando me ha salvado lo que me salva casi siempre: 1º charla con La Moni; 2º Juana Inés de Asbaja, alias Sor Juana Inés de la Cruz).
Así que aquí les dejo con la "Sátira filosófica", unas redondillas de esta mujer mexicana del siglo XVII que se metió a monja para huir de marido (como Fonte frida) y dedicarse a la escritura, a la investigación. A su vida, en una palabra. Por si a alguno le resulta muy cansado o dificultoso el camino, les resumo: "Queredlas cual las hacéis / o hacedlas cual las buscáis".

Arguye de inconsecuencias el gusto y la censura de los hombres 
que en las mujeres acusan lo que causan.

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al marl?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, oende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en buena hora.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis al afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

2 comentarios:

  1. Y que quede tanto necio así... Como no queremos ser como ellos, a leer...

    También la tengo en mi altar.

    En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
    ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
    poner bellezas en mi entendemiento
    y no mi entendimiento en las bellezas?

    Yo no estimo tesoros ni riquezas;
    y así, siempre me causa más contento
    poner riquezas en mi pensamiento
    que no mi pensamiento en las riquezas.

    Y no estimo hermosura que, vencida,
    es despoo civil de las edades,
    ni riqueza me agrada fementida,

    teniendo por mejor, en mis verdades,
    consumir vanidades de la vida
    que consumir la vida en vanidades.


    Corta, pero ancha. (La vie)

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  2. ¡Ay! Qué tiempos aquellos de la facultad en los que una compañera (que tenía muy mala memoria) se propuso aprender este poema de memoria... Gracias por traerlo...

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