lunes, 18 de enero de 2010

Todos los días, en la estación de Atocha, veo un anuncio de las novelas de Stieg Larsson. Y todos los días me doy cuenta de que voy ganando marginalidad y desconcierto. Porque en algún momento de estos cuarenta y cinco años de mi vida, yo creí entender que el término «obra de culto» se refería a una expresión artística original y minoritaria (en el buen sentido de la palabra). Es decir, un trabajo que ganaba prestigio a lo largo del tiempo y a través de cierta reflexión intelectual (en el buen sentido de la palabra) y sensible... Pero resulta que no, que puede ser un lema publicitario. Y mi conclusión es: las cosas no se ganan, se programan... Pero seguro que hay alguna falacia argumentativa... ¿No?

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