«Se ha insistido mucho en que una de las columnas
vertebrales del populismo es la construcción de un “pueblo” sobre la distinción
entre un “ellos” y un “nosotros”. Pues bien, en ese sentido, asistimos a un
vuelvo histórico insólito desde los tiempos de Lenin: ahora los revolucionarios
son “ellos”; son ellos los que están dispuestos a acabar con todas las
instituciones que sostienen la vida humana dentro de unos cauces normales de
decencia y dignidad. Ni el nihilismo anarquista más radical había llegado tan
lejos. Con tal de salvar los intereses de un capitalismo financiero de casino,
los militantes y beneficiarios del neoliberalismo revolucionario están
dispuestos a convertir este planeta en un desierto, a matar de hambre a la
mitad de la población mundial, especulando en el mercado de los alimentos más
básicos, a demoler todas y cada una de las conquistas que las luchas
revolucionarias de dos siglos han ido plasmando en eso que se llama el Estado
de derecho (que no es algo que nadie nos haya regalado, sino algo que es sin
duda muy precario y muy imperfecto, pero que ha sido arrancado a los poderosos
con muchas luchas, mucha sangre y muchos muertos). En suma, la revolución de
los ricos contra los pobres está amenazando todo lo que podríamos llamar “civilización”.
Y lo tenemos, por tanto, muy difícil, porque —como decía el magnate Warren Buffet,
en lo que va camino de convertirse en la frase más famosa del siglo XXI— estos
salvajes revolucionarios van ganando y podríamos decir que van ganando por
goleada.»
Carlos Fernández Liria, En
defensa del populismo, Madrid, Catarata, 2016
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