jueves, 5 de mayo de 2016

Ante cada ataque, doblo la apuesta

Me estoy haciendo mayor. Me doy cuenta porque algunas verdades inalterables comienzan a desvanecerse. Ya no es la duda; se trata de negación.
 
Una de las certezas de mi vida consistía en que yo no podría nunca jugar al mus. R (que, como todos los jugadores de mus, era el mejor jugador de mus) me lo dijo hace más de treinta años: «Ni lo intentes. Se te notan las intenciones en la cara». Y con esa afirmación me he manejado para huir de los juegos de mesa, que la verdad es que nunca me han atraído en demasía. Prefiero el monte, como las cabras.
 
Sin embargo (otra certeza recién estrenada: tiene que haber un pero o un sin embargo en el pensamiento para que lo sea -pensamiento, digo-), siempre me han gustado las expresiones del mus. Eso de «órdago a la grande», «a la mano, ni agua», «un envite es un convite», «la mano vale siete», «a padre le vas a quitar el gorro». Son de una chulería supina. Tal vez por eso. Y viene todo esto a que estoy hasta el último pelo de que las personas de izquierdas nos la cojamos siempre con papel de fumar (permítanme la expresión; es lo que vengo diciendo). O sea, que tengamos que andar siempre con pies de plomo para no ofender sensibilidades mientras que nos caen chuzos de punta en forma no sólo de palabras sino también de acciones y tengamos que aguantarlas estoicamente y acatar sentencias como si fueran destinos. Que yo de heroína tengo lo justo para entusiasmarme con las tragedias griegas (pero siempre reconozco la injusticia del abandono de Filoctetes, por ejemplo. Se ve el truco).
 
O sea, que cuando una señora fiscal, Marisa Morando, dice en un escrito de contestación a la impugnación de Rita Maestre que:
 
Es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado para los católicos al encontrarse allí el Sagrario, lugar donde según sus creencias se encuentra su Dios, implica un ánimo evidente de ofender.
a mí me entran ganas de gritarle que sí, que somos putas, bolleras, asesinas, comeniños y cualquier cosa que nos aleje de su bienpensante olor a sacristía y naftalina. Doblarle la apuesta. Otra expresión de mus: «hacer la carrera del señorito». Eso debemos hacer.
 
Por cierto: Jesucristo estaría de nuestra parte. Los niños se podrían acercar a nosotros sin miedo a ser violados.
 
Y una canción (de los diamantes no nace nada / del estiércol nacen las flores):
                  

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