Me estoy haciendo mayor. Me doy cuenta porque
algunas verdades inalterables comienzan a desvanecerse. Ya no es la duda; se
trata de negación.
Una de
las certezas de mi vida consistía en que yo no podría nunca jugar al mus. R
(que, como todos los jugadores de mus, era el mejor jugador de mus) me lo dijo
hace más de treinta años: «Ni lo intentes. Se te notan las intenciones en la
cara». Y con esa afirmación me he manejado para huir de los juegos de mesa, que
la verdad es que nunca me han atraído en demasía. Prefiero el monte, como las
cabras.
Sin
embargo (otra certeza recién estrenada: tiene que haber un pero o un sin embargo en
el pensamiento para que lo sea -pensamiento, digo-), siempre me han gustado las
expresiones del mus. Eso de «órdago a la grande», «a la mano, ni agua», «un envite
es un convite», «la mano vale siete», «a padre le vas a quitar el gorro». Son
de una chulería supina. Tal vez por eso. Y viene todo esto a que estoy hasta el
último pelo de que las personas de izquierdas nos la cojamos siempre con papel
de fumar (permítanme la expresión; es lo que vengo diciendo). O sea, que tengamos
que andar siempre con pies de plomo para no ofender sensibilidades mientras que
nos caen chuzos de punta en forma no sólo de palabras sino también de acciones
y tengamos que aguantarlas estoicamente y acatar sentencias como si fueran
destinos. Que yo de heroína tengo lo justo para entusiasmarme con las tragedias
griegas (pero siempre reconozco la injusticia del abandono de Filoctetes, por
ejemplo. Se ve el truco).
O sea, que cuando una señora fiscal, Marisa
Morando, dice en un escrito de contestación a la impugnación de Rita Maestre que:
Es obvio que
las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o
lo que quieran ser, pero esa conducta realizada en el altar, espacio sagrado
para los católicos al encontrarse allí el Sagrario, lugar donde según sus
creencias se encuentra su Dios, implica un ánimo evidente de ofender.
a mí me entran ganas de gritarle que sí, que
somos putas, bolleras, asesinas, comeniños y cualquier cosa que nos aleje de su
bienpensante olor a sacristía y naftalina. Doblarle la apuesta. Otra expresión
de mus: «hacer la carrera del señorito». Eso debemos hacer.
Por cierto: Jesucristo estaría de nuestra parte.
Los niños se podrían acercar a nosotros sin miedo a ser violados.
Y una canción (de los diamantes no nace nada / del estiércol nacen las flores):
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