lunes, 28 de marzo de 2016


Coincide el septuagésimo cuarto aniversario de tu muerte con mi lectura de Breve historia de la Guerra Civil española, de Gabriel Jackson (editorial Grijalbo, Barcelona, 1986. Traducción de José Antonio Bravo). Lo leo y pienso lo importante que es la memoria, lo necesario que es recordar no sólo para no repetir la Historia, sino para saber quiénes somos, qué experiencias nos conforman, qué referentes elegimos, quién nos acompaña en la vida... Cuáles son nuestras prioridades, cuáles nuestras necesidades, a qué estamos dispuestos a renunciar para vivir. Te pienso y siento una profunda tristeza, Miguel. Por lo poco que hemos aprendido de vuestra lucha, por saberte en boca y en estudios de personas ajenas a lo que fuiste, a lo que quisiste, a lo que eres.
Me acompañas desde mi adolescencia y sé que tampoco estoy a la altura. Ni de ti ni de tantos otros como tú. Cito a Jackson:
 
Durante diez días, del 8 al 18 de noviembre [de 1936], la batalla continuó sin tregua. Madrid se convirtió de repente en centro del mundo: desde sus habitaciones de los hoteles cercanos a la plaza de España, periodistas famosos de todos los países seguían con prismáticos los combates de la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. En las calles saboreaban la gracia, el valor y la dignidad de la gente, lo que hizo de casi todos ellos partidarios de por vida del pueblo español.
 
Lo leo y me emociono, pero luego me arrepiento de ese espacio que concedo al sentimentalismo. Es otra cosa la que debemos conseguir. Es tener conciencia de por qué luchasteis, de por qué debemos luchar aunque ahora parece todo perdido (el drama de los refugiados es para no volver a respirar). Dicen que estamos pasados de moda, que nuestros ideales son antiguos (lo dicen ellos, Miguel, ellos, que son estandarte, bandera y defensores de los valores de siempre, eternamente actualizados: orden, religión, dinero, familia...). Pero somos nosotros los que tenemos ideas anticuadas, ideologías que ya no... En fin.
 
Tú y yo (y otros muchos) sabemos lo importante:
 
Pero ¿qué son las armas: qué pueden, quién ha dicho?
Signo de cobardía son: las armas mejores
aquellas que contienen el proyectil de hueso
son. Mírate las manos.
 
Las ametralladoras, los aeroplanos, pueblo:
todos los armamentos son nada colocados
delante de la terca bravura que resopla
en tu esqueleto fijo.
 
Porque un cañón no puede lo que pueden diez dedos:
porque le falta el fuego que en los brazos dispara
un corazón que viene distribuyendo chorros
hasta grabar un hombre.
 
Poco valen las armas que la sangre no nutre
ante un pueblo de pómulos noblemente dispuestos,
poco valen las armas: les falta voz y frente,
le sobra estruendo y humo.
 
Poco podrán las armas: les falta corazón.
Separarán de pronto dos cuerpos abrazados,
pero los cuatro brazos avanzarán buscándose
enamoradamente.
 
Arrasarán un hombre, desclavarán de un vientre
un niño todo lleno de porvenir y sombra,
pero, tras los pedazos y la explosión, la madre
seguirá siendo madre.
 
Pueblo, chorro que quieren cegar, estrangular,
y salta ante las armas más alto, más potente:
no te estrangularán porque les faltan dedos,
porque te basta sangre.
 
Las armas son un signo de impotencia: los hombres
se defienden y vencen con el hueso ante todo.
Mirad estas palabras donde me ahondo y dejo
fósforo emocionado.
 
Un hombre desarmado siempre es un firme bloque:
sabe que no es estéril su firmeza y resiste.
Y los pueblos se salvan por la fuerza que sopla
desde todos sus muertos.
 
Titulaste este poema Pueblo. Pertenece a tu libro El hombre acecha y me ha parecido oportuno recordarlo porque el hombre sigue acechando, Miguel. Y cómo renovar cada día la esperanza para seguir. Escribo esto y me avergüenzo... ¿Estamos peor de lo que vosotros estuvisteis? Reproduzco tus dos últimas cartas, que más son notas que cartas:

Josefina, deja de mandarme comida. Hace tres días que como son gana y hoy ya no he comido. Me da fiebre comer. No creas por eso que estoy peor. Son alternativas de la enfermedad. No dejes por eso de mandarme las magdalenas y las empanadas de tomate sin sal. Algún bote de mermelada también. El pescado no lo he probado, no me apetecía.
De lo que me dices de si es por voluntad mía o no [te refieres a tu matrimonio por la Iglesia, querías asegurar el futuro de Josefina y de tu hijo] te digo que no. Lo que para mí es una gran pena, para ti es una alegría. Pero, al fin, esto no tiene importancia por ahora.
Que no haga la tía muy dulces las magdalenas. Las prefiero poco dulces. Josefina, tengo muchas ganas de verte, aunque sea en el momento de casarnos. Total, que a estas horas, somos una pareja de tórtolos. Besos para mi hijo. Te quiero,

MIGUEL

Josefina, la fiebre se va poco a poco y voy estando mejor cada día.
Manda hoy mismo otra caja de BISEPTISEN. No eches nada a la sustancia. El primer día me gustó, sólo que estaba muy espesa.
Da besos a Manolillo.

MIGUEL

¿De dónde sacabas las fuerzas para bromear, ese optimismo final? ¿De qué material estabas -estabais- hechos?...

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