miércoles, 30 de diciembre de 2015

¡Uf!, desde que comencé este cuadernín, nunca había estado tanto tiempo sin publicar algo... Sé que alguien me ha echado de menos porque me lo reclamó ayer (han acertado: mi hermana, LaMoni). Así que he pensado que voy a comentar aquí algunas cosas que se me ocurren viendo las noticias:
 
¿Y los empleados de Ikea -o los fontaneros- que estuvieron en el altillo ese del millón no podrían reclamarlo basándose en la declaración del suegro de Granados? ¿No podría considerarse su testimonio como prueba?... Cosas más raras se han visto... Esto tiene que ver con esta noticia que, a pesar de haber sido publicada el día de los Santos Inocentes, no es una inocentada.
 
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Será deformación profesional, pero para mí es importante ponerse de acuerdo en los términos sobre los que vamos a debatir. Y cuando digo términos digo palabras: significantes. Para mí, "corrupción" significa abuso de un cargo -público- para explotar, engañar y quedarse con algo que no le corresponde (podredumbre, muerte). Es decir, utiizar lo público para intereses (beneficios) privados. Enriquecimiento, vaya. Sin embargo, para la derecha de este país, la corrupción es su manera habitual de trabajar; supongo que no le otorgan a la palabra ninguna connotación negativa (tan sólo de cara a los medios y ni siquiera...). Es decir, que Gómez de la Serna se presente, impoluto y elegante, a formalizar su toma de posesión como diputado, y sea capaz de preguntar si algo que le faltaba -un papel, supongo- debe llevarlo él en persona o "un asistente" demuestra que no tiene la menor conciencia de delito. Para él, como para otros tantos, el hecho de haberse lucrado por ser intermediarios en una concesión pública entra dentro de la normalidad. Como el uso de las tarjetas black o el hecho de que una televisión autonómica tenga una corresponsal en Hong Kong porque Castilla-La Mancha tiene allí nuevos mercados -privados, por supuesto-. Declaraciones de Ignacio Villa aquí.
 
Y mientras no sepamos de qué discutimos, todo será inútil.

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