lunes, 18 de mayo de 2015

Leo la noticia sobre A perfect day, la última película de Fernando León de Aranoa, y, causalidades cortazarianas, la enlazo de forma directa con lo último que he leído: La guerra que mató a Aquiles. La verdadera historia de La Ilíada, un delicioso ensayo de Caroline Alexander publicado por Acantilado. Aquiles, el mejor de los aqueos, es un héroe trágico porque no le queda otra que cumplir su Destino, pero es un héroe actual, y nuestro, porque desde el inicio mismo de la obra rechaza la guerra. Así habla a Agamenón, jefe del ejército griego:
 
Pusilánime en verdad, y cobarde se me podría llamar si accediese a cumplir todas las órdenes que tú quieras darme. / Puedes mandar a otros que hagan esas cosas, pero no me des órdenes a mí, / pues no tengo ninguna intención de obedecerte.
 
Y es que Aquiles tiene muy claro que a él no se le ha perdido nada en esa guerra:
 
Yo, por mi parte, no vine aquí por causa de los lanceros troyanos, / a luchar contra ellos, porque a mí ellos no me han hecho nada. / No me han robado nunca ganado ni caballos, / nunca en Ftía, tierra de suelo generoso y grandes hombres, / me destruyeron la cosecha, que hay mucha distancia entre nosotros, / pues nos separan las oscuras montañas y el resonante mar; / vinimos, oh, gran desvergonzado, por tu causa, por hacerte un favor.
 
Una de las partes, para mí, más conmovedora de La Ilíada es aquella en la que el rey Príamo va a pedir el cuerpo de su hijo Héctor a Aquiles:
 
[...]
"Aquiles, semejante a los dioses, recuerda a tu padre, alguien
que es de mi misma edad y que estará en el umbral de la dolorosa vejez.
Y si los que habitan cerca le agobian y le afligen,
no hay nadie que le libre de la ruina y de la destrucción
Pero seguro que cuando oye noticias tuyas y sabe que aún estás vivo,
su corazón se alegra y conserva la esperanza diaria
de que verá a su amado hijo regresar de la Tróade.
Conmigo, sin embargo, el destino fue aciago. He tenido
los hijos más nobles de Troya, pero ya no me queda ninguno de ellos.
Diecinueve me nacieron del vientre de una sola madre,
y otras mujeres engendraron a los demás en mi palacio;
y a la mayoría de ellos el violento Ares les hizo doblar las rodillas,
pero me quedaba uno que era el guardián de mi ciudad y de mi pueblo,
a ese uno lo mataste tú hace unos días
cuando combatía defendiendo su patria,
Héctor; por él vengo ahora hasta las naves de los aqueos
para que me lo des, y te traigo innumerables regalos a cambio.
Honra, pues, a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí
recordando a tu padre, aunque mi caso es aún más doloroso;
he pasado por lo que ningún otro mortal de este mundo ha pasado;
puse mis labios en las manos del hombre que a matado a mis hijos".
Así habló, e inspiró en el otro un hondo pesar por su propio padre.
Acarició la mano del anciano y le apartó con suavidad,
y los dos recordaron, Príamo sentado en cuclillas a los pies de Aquiles,
y lloraron juntos, él por la muerte de Héctor y Aquiles por su propio padre,
y también por Patroclo. Y sus lamentos recorrían la estancia.
 
Un rey y un héroe arrasados por las lágrimas que enuncian la pérdida. Más doloroso cuando una es consciente de la consciencia de Aquiles.
 
La vida es más valiosa incluso que la gloria. Aquiles nunca vacila en este juicio. No es por la gloria, al fin y al cabo, por lo que sacrifica su vida, sino por Patroclo. [...]
 
¿Qué habría pasado si Aquiles hubiese seguido su primer impulso y hubiese vuelto a Ftía y alcanzado allí la vejez? [...]
 
Homero, honrando la nobleza del sacrificio y el valor de un soldado, concluye sin embargo resueltamente su epopeya con una secuencia de funerales, duelo inconsolable y vidas destrozadas. La guerra desnuda ante nosotros la tragedia de la mortalidad. El héroe, aunque gane la gloria, no tendrá ninguna recompensa por su muerte.
 
Y punto.
 

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