domingo, 14 de diciembre de 2014

Las hojas sueltas de la novela del vivir, compiladas y atadas con un lazo de los colores del arcoíris, no son sino eso: comienzos, reacciones ante las sucesivas novatadas que se van produciendo, vida p'alante. Te mantean y te caes, y te pones en pie, tras una alambicada pirueta. Te cuelgan un muñeco de papel, una llufa en la espalda, te señalan como el más bobo en el Día de los Inocentes, pero sigues. En pie, en pie otra vez, gorjeas, no importa que lo que emite tu garganta sea ya un seco graznido de cuervo viejo. Siempre seremos ruiseñores por dentro, como en el cuento, el corazón herido tanto por la inesperada crueldad de la espina como por la belleza indiferente de la rosa. Herido, dolorido y, sin embargo, triunfante porque has intentado comprender. Y eso es, en definitiva, lo que cuenta.
 
Maruja Torres, Diez veces siete. Una chica de barrio jamás se rinde, Barcelona, Planeta, 2014.
 
El cuento al que se refiere es El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde, mi relato favorito de infancia junto a Alí Babá y los cuarenta ladrones y Mary Poppins...
 
El viernes pasado, a mis cincuenta, no pude evitar las lágrimas cuando lo escuché en la voz de Denis Rafter en Beloved sinner...
 
Eso: círculos que se cierran, explicaciones que tardan pero llegan.

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