jueves, 18 de septiembre de 2014

«En la esfera psicológica de Dostoievski nada es un sentimiento simple, un elemento indivisible; todo es conglomerado, forma intermedia, de transición. Las sensaciones vacilan y tropiezan en un mar de confusión y desconcierto antes de convertirse en hechos; un furioso intercambio entre voluntad y verdad resuelve los sentimientos. Cuando creemos haber llegado a la razón última de una decisión, de un deseo, Dostoievski siempre nos remite a otra y ésta a otra y así sucesivamente. Odio, amor, lascivia, flaqueza, vanidad, orgullo, ambición, humildad, respeto: todos estos impulsos se devoran unos a otros en eternas metamorfosis. El alma es un laberinto, un caos sagrado en la obra de Dostoievski. En ella encontramos borrachos que lo son por ansia de pureza, criminales por afán de arrepentimiento, violadores de niñas por adoración de la inocencia, blasfemos por necesidad religiosa. Cuando sus personajes anhelan algo, lo hacen con la esperanza tanto de que les sea rechazado como de que les sea concedido. Si lo analizamos bien, su tenacidad no es sino pudor encubierto, su amor un odio marchito y su odio un amor oculto. La contradicción engendra contradicción. En Dostoievski encontramos a libertinos por afán de sufrir y también a los que se atormentan a sí mismos por ansia de goce; el torbellino de su placer da vueltas en un círculo vertiginoso. En el deseo gozan ya del placer, en el placer sienten ya el tedio, en la acción el remordimiento y en éste saborean el regusto de la acción.»
 

Stefan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski), traducción de J. Fontcuberta, Barcelona, Acantilado, 2013 (quinta reimpresión), págs. 200-201

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