«En la esfera psicológica de Dostoievski nada es un
sentimiento simple, un elemento indivisible; todo es conglomerado, forma
intermedia, de transición. Las sensaciones vacilan y tropiezan en un mar de
confusión y desconcierto antes de convertirse en hechos; un furioso intercambio
entre voluntad y verdad resuelve los sentimientos. Cuando creemos haber llegado
a la razón última de una decisión, de un deseo, Dostoievski siempre nos remite
a otra y ésta a otra y así sucesivamente. Odio, amor, lascivia, flaqueza,
vanidad, orgullo, ambición, humildad, respeto: todos estos impulsos se devoran
unos a otros en eternas metamorfosis. El alma es un laberinto, un caos sagrado
en la obra de Dostoievski. En ella encontramos borrachos que lo son por ansia
de pureza, criminales por afán de arrepentimiento, violadores de niñas por
adoración de la inocencia, blasfemos por necesidad religiosa. Cuando sus
personajes anhelan algo, lo hacen con la esperanza tanto de que les sea
rechazado como de que les sea concedido. Si lo analizamos bien, su tenacidad no
es sino pudor encubierto, su amor un odio marchito y su odio un amor oculto. La
contradicción engendra contradicción. En Dostoievski encontramos a libertinos
por afán de sufrir y también a los que se atormentan a sí mismos por ansia de
goce; el torbellino de su placer da vueltas en un círculo vertiginoso. En el
deseo gozan ya del placer, en el placer sienten ya el tedio, en la acción el
remordimiento y en éste saborean el regusto de la acción.»
Stefan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski), traducción de J. Fontcuberta, Barcelona, Acantilado, 2013 (quinta reimpresión), págs. 200-201
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