«En general, en la vida común ―recordémoslo―, la mayoría de
hombres vive en conflicto unos con otros y con el Destino sólo porque no se
entienden, porque poseen un entendimiento meramente terrenal. Shakespeare, el
otro gran psicólogo de la Humanidad, basa la mitad de sus tragedias en esta
ignorancia innata, en este fundamento de oscuridad que se interpone entre
hombre y hombre como fatalidad, como piedra de escándalo. Lear desconfía de su
hija, porque ni siquiera sospecha su nobleza de corazón, la grandeza del amor
que escuda tras el pudor; Otelo, en cambio, hace de Yago su confidente; César
ama a Bruto, su asesino; todos caen víctimas del verdadero genio que domina el
mundo: el engaño. El error en Shakespeare como en la vida: deficiencia de lo
terrenal, fuerza engendradora de tragedias, fuente de todos los conflictos. Los
hombres de Dostoievski, en cambio, estos omniscientes, no conocen el error.
Cada uno barrunta al otro proféticamente, se comprenden a la perfección hasta
el fondo de sus corazones, embeben la palabra en la boca del otro antes de que
sea dicha y su pensamiento cuando todavía está en el seno de la emoción. Se
huelen unos a otros de antemano, nunca se defraudan, nunca se sorprenden, cada
alma comprende con su misterioso olfato el sentido de las demás. El
inconsciente y el subconsciente están superdesarrollados en ellos; todos son
profetas, adivinos y visionarios a los que Dostoievski ha sobrecargado con su
propia penetración mística del ser y del saber.»
Stefan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski),
traducción de J. Fontcuberta, Barcelona, Acantilado, 2013 (quinta reimpresión),
pág. 174.
Dostoievski
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