martes, 16 de septiembre de 2014

«En general, en la vida común ―recordémoslo―, la mayoría de hombres vive en conflicto unos con otros y con el Destino sólo porque no se entienden, porque poseen un entendimiento meramente terrenal. Shakespeare, el otro gran psicólogo de la Humanidad, basa la mitad de sus tragedias en esta ignorancia innata, en este fundamento de oscuridad que se interpone entre hombre y hombre como fatalidad, como piedra de escándalo. Lear desconfía de su hija, porque ni siquiera sospecha su nobleza de corazón, la grandeza del amor que escuda tras el pudor; Otelo, en cambio, hace de Yago su confidente; César ama a Bruto, su asesino; todos caen víctimas del verdadero genio que domina el mundo: el engaño. El error en Shakespeare como en la vida: deficiencia de lo terrenal, fuerza engendradora de tragedias, fuente de todos los conflictos. Los hombres de Dostoievski, en cambio, estos omniscientes, no conocen el error. Cada uno barrunta al otro proféticamente, se comprenden a la perfección hasta el fondo de sus corazones, embeben la palabra en la boca del otro antes de que sea dicha y su pensamiento cuando todavía está en el seno de la emoción. Se huelen unos a otros de antemano, nunca se defraudan, nunca se sorprenden, cada alma comprende con su misterioso olfato el sentido de las demás. El inconsciente y el subconsciente están superdesarrollados en ellos; todos son profetas, adivinos y visionarios a los que Dostoievski ha sobrecargado con su propia penetración mística del ser y del saber.»
           
Stefan Zweig, Tres maestros (Balzac, Dickens, Dostoievski), traducción de J. Fontcuberta, Barcelona, Acantilado, 2013 (quinta reimpresión), pág. 174.
 
Dostoievski

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