lunes, 7 de julio de 2014

"El búnker dentro de ti"...

 
Ana Pérez Cañamares recitando en Contrabandos, caseta 20 de la Cuesta de Moyano.
 

Tengo 1.000 razones para llorar
pero al llanto no le bastan
mis 1.000 razones.
Sólo cuando me golpeo el pie
con las patas de los muebles
que salvé del naufragio
el llanto se decide a romper.

De lo importante mi llanto se ríe.

*****

Siempre que intuyo la lentitud
echo a correr hacia ella.

Y no, así no se frena.

*****

Mientras cruzaba el paso de cebra
un niño me ha disparado.
(Ha levantado su brazo
me ha apuntado con el índice
y yo he sentido la bala entre ceja y ceja).
 
Decido morir hasta el día siguiente.
Una cosa es que desprecie mis fantasías
otra que no le permita ejercer su trabajo a un niño.

*****

No necesito a Dios
para maravillarme.
 
Siempre tuve a la imaginación
por un lujo superfluo.

No necesito mitos ni leyendas
ni parábolas.

El asombro es un buen lugar
para nacer a cada instante.

*****

Ahora lo entiendo. Por mucho
que haga garabatos en la agenda
la vida tiene sus propios planes.

Yo propongo bocetos.
La vida pinta cuadros.
Sólo ella tiene todos los colores.

*****

 Para Varsovia
 

Estoy tomando una cerveza
frente a lo que fue tu casa.
Ahora tu casa es un símbolo
y los símbolos no son habitables.
Para ti debió de ser
lo que nunca tendrían
que dejar de ser las casas:
entrechocar de platos
risas que estallan
sábanas estiradas para proyectar
la película velada del sol:
una película que habla de felicidad
o cuanto menos
de la seguridad de un refugio.
Refugio del trasiego y los ruidos de la calle.
Nunca del horror.
A través de los visillos
el horror no se presupone.

Me cuentan historias. Soldados
lanzando niños a través de las ventanas.
Soldados cortando barbas y patillas
a navaja, en la calle, carnavales de humillación.
Me cuentan historias, pero tu casa
no parece propiedad del infierno.
Está vieja, sí, y hay algún agujero de bala
bajo un alféizar, como marcas de los dedos de Dios
al hundirse en arcilla. Distinguiendo
a los elegidos de los condenados.
A pesar de todo, como todas las casas,
sigue teniendo algo
de tierno y de inexpugnable.

Estoy bebiendo una cerveza.
No a mi salud, ni a la tuya.
¿Qué podría decir de ti?
De ti no tengo recuerdos
y siento pudor de imaginarte-
Tengo memoria de la humanidad.
Aún la tengo. Y tengo también una casa.
La recuerdo ahora: los platos
las sábanas, las cortinas, la puerta:
el foso que ningún ejército
ha puesto a prueba. Los tesoros
que me delatan como ilusa propietaria.
Pero más allá o más acá de las casas
hay un lugar. Un lugar que
aunque queramos compartir
aunque quieran invadir
no es un territorio ni una ruina.
Es el lugar al que escapaste
un segundo antes de que la puerta
fuera derribada. O un segundo después.
Cuando comprendiste que las casas
pueden parecernos un universo
pero ni siquiera son un país.
Y un grito en otro idioma
las derrumba como cabañas de paja.
No soportan la violencia de los extraños.

Tiene que haber un lugar.
El ugar que no me revela tu foto.
El lugar que otros no destruyen
con palabras o con bombas.
Rata allí no significa nada.
El dolor puede nublarlo
pero no lo tapia.
Es el gueto que levantamos
dentro de nosotros.
La tumba que elegimos ocupar.
No la que nos señalan.

El búnker dentro de ti.

Ana Pérez Cañamanes, Las sumas y los restos (V Premio de poesía Blas de Otero Villa de Bilbao, 2012), Devenir, 2013.

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