viernes, 11 de julio de 2014

Combatiendo realidades...


Alberto García-Teresa recitando en Contrabandos,
caseta 20 de la Cuesta de Moyano
 
 
 
Frente a los vendedores de castañas asadas, la Brigada
Poética ha instado una pequeña serie de tenderetes en la
calle donde reparten cucuruchos de versos. Además de
ser más nutritivos, aportan mucho más calor a los
paseantes. Hay quienes, incluso, se calientan en la acera
con dos poemarios abiertos de par en par.
 
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Con una furia eléctrica, la Brigada Poética irrumpió en la
librería y arrancó todos los códigos de barras
de los libros.
 
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Alteraron las máquinas canceladoras de billetes de los
autobuses y, aquella mañana, sus pequeñas pantallas
deseaban a los viajeros buen viaje con metáforas de
Huidobro.
 
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Las Brigada Poética subió a un monte cercano a la ciudad
y enchufó a un ventilador decenas de copias de Viento del
pueblo para limpiar el aire contaminado de los pulmones
de sus habitantes.
 
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Para acallar la banalidad del discurso cultural actual, la
Brigada Poética se persona en cada entrega de un premio
literario y, megáfono en mano, da rienda suelta a un
torrente incontenible de versos humanos.
 
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La Brigada Poética sustituyó los pequeños
espejitos-tocadores que llevan muchas mujeres en sus
bolsos por pequeños librillos de poesía. Cada vez que
querían retocarse el maquillaje, abrían y contemplaban los
versos y, entonces, renunciaban a proseguir cubriendo,
disfrazando, obstruyendo su personalidad.
 
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Para hablar de la melancolía, la Brigada Poética se trasladó
al Retiro y, a la sombra de un enorme manzano,
escribieron pequeños poemas en sus hojas muertas. En
primavera tienen pensado volcar sus versos en ramilletes
algodonados de polen para cubrir la ciudad de poesía.
 
 
Alberto García-Teresa, Peripecias de la Bridada Poética en el Reino de los Autómatas, Madrid, Asociación Umbrales, 2012
 

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