«Al senador Onésimo Sánchez
le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la
mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que
de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas,
y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un
mar árido y sin rumbos, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado que
allí viviera alguien capaz de torcer el destino de nadie. Hasta su nombre
parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el
propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina»
Gabriel García Márquez, «Muerte constante más allá del amor»
(1970), en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada, Madrid, Mondadori, 1987
«Era una cordial inferior. El dentista abrió las piernas y
apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de
la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los
riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin
rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
―Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus
ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la
muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor,
que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores»
Gabriel García Márquez, «Un día de éstos» (1962), en Los
funerales de la Mamá Grande, Madrid, Alfaguara, 1984 (4ª edición)
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