sábado, 5 de abril de 2014

«Al senador Onésimo Sánchez  le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbos, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado que allí viviera alguien capaz de torcer el destino de nadie. Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina»
                    
Gabriel García Márquez, «Muerte constante más allá del amor» (1970), en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Madrid, Mondadori, 1987
                      
«Era una cordial inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
      ―Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
      El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores»
           
Gabriel García Márquez, «Un día de éstos» (1962), en Los funerales de la Mamá Grande, Madrid, Alfaguara, 1984 (4ª edición)
 
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