Coco privilegiado, expresión (literaria) impecable, imaginación portentosa, coquetería rampante...
«Hasta cierta edad, los niños usan un lenguaje recibido sin
preguntarse por él. Luego empiezan a envidiar otro menos habitual, a querer
hablar como los libros, o como la gente que ha leído libros. Y les cuesta, no
aciertan. La letra escrita marca unos terrenos donde la participación se hace
más difícil, plantea conflictos, pero se quiere entra ahí, en ese jardín
cercado. Apabulla la letra escrita, porque contrasta con la pobreza del propio
vocabulario, lleno de tanteos, en fase de ensayo. El libro no presenta un
rostro maternal, sino distante; hay que empinarse para que te mire, él no se va
a agachar hacia ti. Y eso da rabia, pero admira y espolea. El niño desdeña los
libros que se agachan demasiado hacia él y le hablan como si fuera tonto con un
lenguaje que imita el suyo y sólo consigue devolverle una caricatura. El acceso
a la literatura depende de la prisa y la rabieta que críe ese afán de
conquista. Solamente a base de paciencia, tomando como viandas de camino esos
alimentos de la letra escrita, no se atragantarán y dejarán respiro para ir
atendiendo, al mismo tiempo, a los accidentes del propio camino. Si los adultos
no han inyectado en el niño la prisa ni la obligatoriedad de que escriba bien o
llegue a hablar como escribe, ya tiene una gran ventaja para que no se le
encone la perfección de esos intangibles maestros. Y en su día, podrá llegar a
criticarlos serenamente. Si no, será la suya una crítica esquinada, por
exasperación.»
Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar (apuntes
sobre la narración, el amor y la mentira), Barcelona, Destino, 1989
No hay comentarios:
Publicar un comentario