jueves, 16 de enero de 2014

Mujeres bellas

Mi adorada...

Coco privilegiado, expresión (literaria) impecable, imaginación portentosa, coquetería rampante...

 
«Hasta cierta edad, los niños usan un lenguaje recibido sin preguntarse por él. Luego empiezan a envidiar otro menos habitual, a querer hablar como los libros, o como la gente que ha leído libros. Y les cuesta, no aciertan. La letra escrita marca unos terrenos donde la participación se hace más difícil, plantea conflictos, pero se quiere entra ahí, en ese jardín cercado. Apabulla la letra escrita, porque contrasta con la pobreza del propio vocabulario, lleno de tanteos, en fase de ensayo. El libro no presenta un rostro maternal, sino distante; hay que empinarse para que te mire, él no se va a agachar hacia ti. Y eso da rabia, pero admira y espolea. El niño desdeña los libros que se agachan demasiado hacia él y le hablan como si fuera tonto con un lenguaje que imita el suyo y sólo consigue devolverle una caricatura. El acceso a la literatura depende de la prisa y la rabieta que críe ese afán de conquista. Solamente a base de paciencia, tomando como viandas de camino esos alimentos de la letra escrita, no se atragantarán y dejarán respiro para ir atendiendo, al mismo tiempo, a los accidentes del propio camino. Si los adultos no han inyectado en el niño la prisa ni la obligatoriedad de que escriba bien o llegue a hablar como escribe, ya tiene una gran ventaja para que no se le encone la perfección de esos intangibles maestros. Y en su día, podrá llegar a criticarlos serenamente. Si no, será la suya una crítica esquinada, por exasperación.»
                   
Carmen Martín Gaite, El cuento de nunca acabar (apuntes sobre la narración, el amor y la mentira), Barcelona, Destino, 1989


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