domingo, 15 de diciembre de 2013

Dos poemas de José Emilio Pacheco

En el domingo de la plaza la feria
y la barraca y el acuario son tristes
algas de plástico, fraudulentos corales.

Cabeza al aire la humillada sirena
acaso hermana del que cuenta su historia.
Pero el relato se equivoca:
    ¿De cuándo acá
las sirenas son monstruos
o están así por castigo divino?

Más bien sucede lo contrario:
Las sirenas son libres,
son instrumentos de poesía.

Lo único malo es que no existen.
Lo realmente funesto es que sean imposibles.

José Emilio Pacheco, «La sirena», Alta traición (antología poética), Madrid, Alianza, 1985


The mermaid, John William Waterhouse (1901)
Fuente de la fotografía: aquí


Pero el agua recorre los cristales
musgosamente:
ignora que se altera,
lejos del sueño, todo lo existente.

Y el reposo del fuego es tomar forma
con su pleno poder de transformarse.
fuego del aire y soledad del fuego.
al incendiar el aire que es de fuego.
Fuego es el mundo que se extingue y prende
para durar (fue siempre) eternamente.

Las cosas hoy dispersas se reúnen
y las que están más próximas se alejan:

Soy y no soy aquel que te ha esperado
en el parque desierto una mañana
junto al río irrepetible en donde entraba
(y no lo hará jamás, nunca dos veces)
la luz de octubre rota en la espesura.

Y fue el olor del mar: una paloma,
como un arco de sal,
ardió en el aire.

No estabas, no estarás
pero el oleaje
de una espuma remota confluía
sobre mis actos y entre mis palabras
(únicas nunca ajenas, nunca mías):
El mar que es agua pura ante los peces
jamás ha de saciar la sed humana.

«El reposo del fuego (Don de Heráclito)»

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