lunes, 4 de noviembre de 2013

Lo que pasó el otro día en el Congreso de los Diputados es una ofensa a la estética. Una (o sea, yo), que siempre ha creído que los políticos tenían vocación de servicio (¡ja!), observa avergonzada e incrédula las imágenes de personas a las que otorgaba cierta cualidad solidaria y social (esto no es verdad, pero es la argumentación que utilizan cuando, ante manifestaciones que proponen rodear el Congreso, por ejemplo, salen defendiendo el estado de derecho...), es decir, esa preocupación política que, se supone (cada vez menos se supone), les llevó a presentarse a unas elecciones, saliendo de estampida (es decir, más como animales que como personas y mucho menos representantes del pueblo) porque, como han declarado en sus cuentas de twitter o similares, tenían derecho a ver a sus familias y ya habían terminado su trabajo. No, no habían terminado su trabajo, puesto que las imágenes muestran que abandonaron el hemiciclo sin que concluyera el recuento. ¿Y si los equipos informáticos no funcionan y no se pueden obtener los resultados, por ejemplo? A los profesores, en los claustros, nos pasan la hoja de firmas en el último momento para comprobar que hemos cumplido con nuestra obligación de asistir a esas reuniones... Nada que objetar. Entra en el sueldo, como entra en el sueldo de los señores y señoras diputados y diputadas mantener la compostura. Puesto que no son (lo han demostrado por activa, pasiva e incluso con alguna perífrasis y voz media), que lo parezcan. Siempre se les ha dado bien lo de hacer que hacemos... Una de ellas (de las diputadas, digo) ha declarado que, por culpa de la huelga de RENFE, algunos no llegaron a casa a tiempo. Es decir, parece que para esta señora la única preocupación de una huelga en uno de los servicios de transporte público más importante de este país es que les impidiera a ellos, a los elegidos democráticamente (¡ja!), su merecido descanso. La causa de la huelga y el perjuicio que ello causa en el resto de trabajadores y trabajadoras (aunque la apoyemos porque compañeros son) no tiene espacio en sus planteamientos. Esto, sin tener en cuenta lo que acababan de votar los señores y señoras diputados y diputadas, que eran las enmiendas a la Ley de Reforma de las Pensiones; ley que permitirá que la subida de las mismas no esté sujeta al incremento de precios al consumo sino que se mantendrá con un fijo que supone una pérdida del poder adquisitivo de uno de los sectores más sensibles a los vaivenes de la realidad: los viejos. Viejos que no entienden bien lo que está pasando (¡ay, perdón que el único viejo que tiene problemas cognitivos en España es el señor Lapuerta, se me olvidaba!... Los preferentistas entendían perfectamente la letra pequeña de los contratos que los tiburones bancarios les ponían enfrente)
 
Pero, en realidad, lo que yo quería decir es que las imágenes son feas, son de gente que ha abandonado el criterio de la belleza (si es que alguna vez lo tuvo, que no sé yo...). Recuerdo que, hace años, Ángel Gabilondo, profesor entonces de mi universidad, dio una conferencia sobre la belleza. En ella, la idea principal que sostuvo el profesor Gabilondo era que una sociedad que olvida la belleza es una sociedad enferma.
 
J1 y yo tenemos, desde la época de la facultad, una broma que es una decisión compartida: no correr jamás tras el autobús porque perdemos el glamour... Y una certeza: no suicidarnos hasta que no encontremos una forma de hacerlo sin que nuestro cadáver quede impresentable.
 
La belleza es importante, como diría María Zambrano: de Grecia nos vino la luz y la estamos regalando a manos crispadas diariamente. Nuestra sociedad está enferma de tristeza, de miedo, de incertidumbre, de infantilismo, de paralización...
 
Pero, mientras, ellos corren...
                                              
 

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