sábado, 16 de noviembre de 2013

A punto de cumplir cincuenta años, comprenderán ustedes que las traiciones, mentiras y frustraciones acumuladas son variadas y numerosas... Y, sin embargo, hay presencias que me impiden dejar de confiar en las personas. No hablo del género humano en general, de la especie, probablemente demasiado pervertida por la historia, la cultura y la realidad, sino de esas personas que siguen dignificándonos con aspectos tan simples (¡ja!) como son  coherencia, humildad, capacidad y rigor en cualquier oficio que desempeñen o cualquier empresa que emprendan (sea ésta del tipo que sea: profesional, cultural, personal, de ocio...)
 
Si, además, a esa persona la quieres (por razones demasiado íntimas y prolijas de explicar aquí... y ni siquiera por ésas, sino por tantas...), pues nada más que decir...
 
Hoy, una de esas personas de mi vida comienza a escribir un blog. Este blog: El blog de Pepo.
 
Una de las pocas personas a las que todavía respeto y la respeto porque se lo ha ganado sin hacer absolutamente nada para ello. Simplemente porque es... Así, como es Epo.

Y un poema para él, claro: 1936, de Luis Cernuda...

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
cuando asqueados de la bajeza humana,
cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
más de un cuarto de siglo
después. Trivial la circunstancia,
forzado tú a pública lectura,
por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
sin conocer tu tierra, para él lejana
y extraña toda, escogió ir a ella
y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
juzgando que la causa allá puesta al tablero
entonces, digna era
de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida,
nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
sólo atendieran a ellos mismos,
importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.


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