sábado, 6 de octubre de 2012

Me compré la edición para libro electrónico de Medusa, la última novela de Ricardo Menéndez Salmón. Sí, tengo libro electrónico. Y sin complejo de culpa, además. Porque no es comparable a un libro de papel. Ni de lejos, vaya. O sea, que sigo siendo fiel (si es que...) Son canales diferentes y la recepción es distinta. Igual que no hay una sola manera de amar, tampoco hay un solo medio para leer (no quiero escribir en el blog la comparación real que normalmente utilizo, espero que ustedes, desocupados lectores, que me conocen, sepan de qué comparación se trata...). Me lo compré porque mi casa tiene 30 metros cuadrados y ya no me caben más libros (los tengo repartidos por los muebles de la cocina, en el canapé, en el cuarto de baño, en cajas, en bolsas... Y tampoco son maneras).
 
Pero yo no quería escribir sobre mi libro electrónico, sino sobre la escritura de Menéndez Salmón. Además, el soporte digital éste me lo compré en agosto, o sea, que ya... Creo que lo que me pasa es que tenía cierto complejo de culpa por no confesarlo... Así que, hala, ya está...
 
 
 
Medusa es un libro inteligente que me ha recordado a Nocturno de Chile, de mi adorado Bolaño, por la técnica elíptica y la apelación al lector para que sea él el que se formule soluciones éticas. Ricardo Menéndez Salmón ha construido un personaje fantasmal que presiento que se quedará en mi imaginario para siempre. Prohaska domina un silencio poderoso y expresa el  mundo -y su posición en él- a través de dos hechos: el dolor por la muerte de su hijo y las imágenes del horror que dibuja, fotografía o rueda en diferentes momentos históricos (Tercer Reich, Guerra Civil española, bombas de Hirosima y Nagasaki). Mi primera tentación fue de oposición hacia este personaje (obvio). Sin embargo, a través de poquísimos elementos, el autor nos va acercando a una cierta actitud de compromiso no fácil de entender pero impecable en su desarrollo... ¿Por qué juzgar negativamente su actitud? ¿Qué estoy haciendo yo ahora? ¿En qué se diferencia mi normalidad respecto a mi realidad de la normalidad de Prohaska? ¿Soy menos culpable?...
 
Me ha gustado tener que buscar palabras en el diccionario, me gusta que los escritores seleccionan el vocabulario, quiero ganar espacios de expresión aunque no sirva para nada... Así estoy: las palabras, el lenguaje, no sirve para nada, nunca seré capaz de expresar lo que de verdad quiero expresar, ni dar forma a lo que de verdad siento y sin embargo... Sin embargo es lo que más quiero, mi manera de intentar aprehender un mundo que cada vez siento más duro e incomprensible. Pierdo palabras, cada día me entra el vértigo de encontrar una huella que indica un vacío donde antes tenía una palabra que designaba algo... O, al menos, eso creía yo.
 
Prohaska no tiene palabras, tiene imágenes. No hay palabras para designar el Mal. No hay palabras para designar el Horror (y ahora que leo con los chicos de 4º El retrato de Dorian Gray y vemos Remando al viento y estoy imbuida de malditismo, de monstruos y de horror, me doy cuenta de que no, no hay palabras). El absoluto de uno y otro no tiene manera de expresarse más que a través de nuestras acciones. Y éstas se toman día a día, no hay paz para la moral, se ve diariamente sometida a juicio y decisión.
 
Por eso son importantes las decisiones éticas. Como la de escribir un libro cuyo título es una declaración de intenciones: Medusa no era libre para elegir, el horror le correspondió por una maldición.
 
Quizá, después de todo, no sea posible mirar con impunidad (Medusa, Ricardo Menéndez Salmón, Barcelona, Seix Barral, 2012)

1 comentario:

  1. Buf, ¡qué alivio! Toda la p... semana con los dichosos hemisferios...;)

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