Preparo la charla para las Jornadas sobre la Cultura de la República (programa aquí), que versará sobre las visión que el cine ha dado de la Segunda Republica. La investigación (más bien tanteo) inicial se ha ido focalizando cada vez más en aquellas películas basadas en algún texto literario (cinéfila sí, pero filóloga más... ¡qué le vamos a hacer!). Y el otro día, compartiendo obsesión y vinín con LaMoni, comentábamos esos fuegos de artificio a los que parece que somos tan dados los españoles. Es decir, nos debatíamos en la ambivalencia (sentimental y conceptual) derivada de los gestos heroicos (no siempre positivos) del pueblo español y, más concretamente, del madrileño (dado que uno de los textos y película de la que tratábamos era La forja de un rebelde). Ese adocenamiento en el que nos sumimos durante largos espacios de tiempo y que, de repente, se convierte en voladuras de indignación y lucha que parece que nos van a librar del yugo de la opresión y que luego, como por arte de birlibirloque, se queda en nada, en agua de borrajas... Cierto es que ayudados y auspiciados por poderes que doblegan ese instinto de la liberación... Todo surgió por una pregunta: ¿Cómo pudo resistir el pueblo de Madrid dos años de asedio fascista abandonado de todos -en primer lugar, del gobierno, que ya en noviembre de 1936 huyó a Valencia-?): «Yo puedo ser un bruto, pero ese fulano es un fascista. ¿Sabe usted lo que le ha pasado? Tenía miedo de pasar a través de Tarancón, porque allí están los anarquistas, y por eso se ha vuelto a Madrid. ¿Usted no conoce la historia? Pues todo Madrid la conoce ya. En Tarancón, los anarquistas estaban esperando al Gobierno y a todos los peces gordos que se escaparon la otra noche, y querían fusilarlos a todos [...]» (Arturo Barea, La forja de un rebelde, fragmento perteneciente al tercer volumen, La llama)
Y, como tantas otras veces, este carácter es observado, en primer lugar, por las gentes que nos llegan de fuera. El lema que abre Jinetes del alba, de Jesús Fernández Santos dice:
«Se diría que un heroísmo sin objeto y sin empleo ha formado a España: se levanta, se yergue, se exagera, provoca al cielo, y éste, a veces, para darle gusto, se encoleriza y contesta con grandes gestos de nubes, pero todo queda en un espectáculo generoso e inútil.» (Carta de Rilke a Rodin, diciembre de 1912)
Lo de generoso está muy bien, pero digo yo que a ver cuándo hacemos algo realmente útil... Y otra cosa: no nos vamos a suicidar.
Ay los anarquistas justicieros. Me encanta, jaja.
ResponderEliminar¿Viste los carteles para Memorias del silencio?
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