domingo, 5 de febrero de 2012

Aprovecho que estamos dando el Realismo para leer algunas novelas de don Benito que tenía pendientes. Cuando era joven no me gustaba el estilo de Pérez Galdós. No en vano se le llama de forma peyorativa el Garbancero criticando su supuesta falta de estilo. Y yo entonces buscaba la dificultad en el decir, el experimentalismo que me alejara de la realidad...

Efectivamente, no es Pérez Galdós un autor que pula las palabras y los conceptos para parir una obra limpia de polvo y paja. Al contrario: entra en la escritura (así me lo imagino) como quien no puede hacer otra cosa que contar lo que ve. Escribe porque anda por Madrid. Cronista, sí, cronista de una época que pensamos tan lejano y que, sin embargo, nos configura y está en cada una de nuestras tomas de postura y actitudes ante la situación actual. Aquí la página de El sol el día de su muerte, 4 de enero de 1920.

Y aquí, una descripción de mi barrio. A los alumnos no les gustan (en general) las descripciones. Les parecen aburridas. Pero a mí (debe de ser porque me estoy haciendo mayor) cada día me gustan más. Precisamente porque son lentas, y me permiten cierta sosegada fluidez, cierto detenimiento que cada día día considero más necesario. Y, en fin, porque creo que don Benito lo hace estupendamente y yo lo veo, lo voy viendo en cada palabra que utiliza... Queremos tanto a don Benito...

«El barranco de Embajadores, que baja del Salitre, es hoy en su primera zona una calle decente. Junto a la Fábrica de Tabacos es un buen solar. Atraviesa la Ronda y se convierte en despeñadero, rodeado de casuchas que parecen hechas con amasada ceniza. Después no es otra cosa que una sucesión de muladares, forma intermedia entre la vivienda y la cloaca. Chozas, tinglados, construcciones que juntamente imitan el palomar y la pocilga, tienen su cimiento en el lodo de la pendiente. Allí se ven paredes hechas con la muestra de una tienda o el encerado negro de una clase de Matemáticas; techos de latas claveteadas; puestas que fueron portezuelas de ómnibus, y vidrieras sin vidrios, de antiquísimos balcones. Todo es allí vejez, polilla; todo está a punto de desquiciarse y caer. Es una ciudad movediza compuesta de ruinas. Al fin de aquella barriada está lo que queda de la antigua Arganzuela, un llano irregular, limitado de la parte de Madrid por lavaderos, y de la parte del campo por el arroyo propiamente dicho. Éste precipita sus aguas blanquecinas entre collados de tierra que parecen montones de escombros y vertedores de derribos. La línea de circunvalación atraviesa esta soledad. Parte del suelo es lugar estratégico, lleno de hoyos, eminencias, escondites y burladeros, por lo que se presta al juego de los chicos y al crimen de los hombres. Aunque abierto por todos lados, es un sitio escondido»
Benito Pérez Galdós, La desheredada (1881), edición de José Antonio Fortes, Madrid, Akal, 2007

Y puesto que la vida ha cambiado tanto y dicen que esto es muy anticuado:

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