«Aquel semestre, nuestras compañeras con menos inclinaciones intelectuales leían Una luz en el bosque. Pero en el invernadero estábamos leyendo la Iliada de cabo a rabo. Se trataba de una traducción en prosa, en edición de bolsillo, abreviada, desposeída de multitud de personajes, despojada de la música del griego antiguo, pero seguía siendo —por lo que a mí tocaba— un libro estupendo. ¡Cómo me encantó esa obra! Desde el arrebato de mal humor de Aquiles en su tienda […] hasta la escena en que arrastran los pies a Héctor por toda la ciudad (que me hizo llorar), estuve fascinada. Nada que ver con Love Story. Como escenario, Narvard no podía compararse con Troya, y en la novela de Segal no moría un solo personaje. (Quizá había en eso otro signo de las hormonas que se manifestaban silenciosamente en mi interior. Porque mientras mis compañeras encontraban la Iliada demasiado sangrienta para su gusto, un interminable catálogo de personajes matándose entre sí después de presentarse formalmente, a mí me entusiasmaban los apuñalamientos y decapitaciones, la extirpación de ojos, las sugestivas evisceraciones»
«Y cuando me cansaba de Homero, me ponía a leer las paredes»
Jeffrey Eugenides, Middlesex (traducción de Benito Gómez Ibáñez), Barcelona, Anagrama, 2005
La Iliada, gran libro. Middlesex también, por cierto. Quiero que publique otro, cojones, que ya le vale.
ResponderEliminarLo que estaría genial sería que publicara otro Homero, sobre todo si, como creo, no existió nunca, sino que es símbolo de la voz popular... Recuperando "popular"... Otra Iliada necesitamos...
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