De las novelas de autores españoles que he leído en los últimos años (no digo cuántos para no deprimirme ni amargarles el día en lo relativo a nuestro mundo editorial ahora que acaba de terminar la Feria del Libro...), las mejores, sin duda, las de
Gonzalo Hidalgo Bayal. Dicen
que... y dicen
ca... por ahí, pero a mí me parece una literatura de quitarse el sombrero. Otro día hablaré más en extenso (los exámenes me esperan), pero ahora, mientras como, he entrado en su
blog (que está aquí, en
Asideros: obvio) y he leído esta entrada titulada "Comité" ante la que no puedo más que, como La Puchus: plas, plas, plas
Comité
Algo le ha preguntado el padre al hijo (no he oído qué: juguetean en un parque, yo descanso en un banco en sombra) y el hijo, un vivísimo infante, ha respondido: «Comité». «No se dice ‘comité’», le ha dicho el padre, «se dice ‘vomité’». No he seguido el hilo de la conversación porque me he quedado maravillado ante el inocente ingenio (o genio) lingüístico de un niño que primero «come» y después, en innegable paralelismo lógico, biológico y filológico, «comita». Que el indefinido (o pretérito perfecto simple) de este imprevisto y perecedero «comitar» coincida con «comité», del fr. ‘comité’, y este del ingl. ‘committee’, «órgano dirigente de un partido político o de una de sus secciones» u «órgano representativo de los trabajadores de una empresa o centro de trabajo para la defensa de sus intereses», es, en lo que a la cuestión lingüística se refiere, azar secundario. GHB
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