jueves, 20 de mayo de 2010

Tarambaneando sobremanera al cuadrado


En «Las babas del diablo», Cortázar comienza así: «Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos»

Y eso es lo que siento con esto que quiero contar (hace tiempo que lo quiero contar) y sin embargo no encuentro el punto de vista, ni la voz narradora, ni nada. Y sin embargo...

Yo vivo en el mismo barrio en el que he vivido desde que me trajeron a Madrid allá por el año 1967. Eso tiene cosas buenísimas (en la farmacia me dan medicamentos sin receta, por ejemplo, y en el kiosco de periódicos me fían hasta las pelis...) y otras malas: al día siguiente —de cualquier cosa— lo sabe medio barrio.

R. y yo vivíamos como Píramo y Tisbe: pared con pared. Él tenía —perdón: tiene— siete años más que yo y es Acuario, como yo. Tiene, también, los ojos verdes y es escalador de los de monte y no de los de cuerdas de colorines ¿me he explicado?... Ya he contado en otra ocasión que en 1976 me pasé todo el verano pasando a máquina todos los poemas de Miguel Hernández musicados por Serrat porque no tenía ningún libro de él hasta que...

Hasta que, de alguna manera, o R. me prestó o yo le distraje de su habitación (es lo que tiene vivir pared con pared y tener los ojos verdes...) un libro de poemas de Miguel Hernández (175 pesetas marca). Helo:


 Título muy apropiado el de la antología ¿verdad?

Pues bien, justo el día anterior a mi charla en el Ateneo sobre Miguel, me lo encontré (a R., no a Miguel, porque él sigue viviendo en aquella casa del «pared con pared»... Y yo en el edificio donde, más tarde, él vivió durante un tiempo ¡Curiosidades cortazarianas!) Y nos encontramos —solos o acompañados— habitualmente. Yo venía, precisamente, de recoger las invitaciones para el acto, así que aproveché y se lo dije. Que me aspen —dijo ella literariamente y sin venir a cuento— si no recordaré ese momento hasta que venga Dios y, dándome en el hombro, me diga que suba p’arriba a ver si está... (Brassens...). Y la cosa fue, más o menos, así:

R.: Mañana me voy a China a hacer un trayecto en moto y a acompañar a unos que van a escalar (no sé que monte me dijo, lo siento...)
Yo: Jo, pues qué pena (yo, pija y adolescente hasa morir, como verán)... Tú no te acordarás pero, cuando yo tenía 12 años (erre que erre, qué pesadita, repitiéndome como la morcilla y la historia de mi pueblo), me pasé un verano pasando las canciones de Serrat a máquina...
R.: ...ya, y yo escuchándolas desde mi habitación...

Y no nos dijimos adiós, claro, a ver quién era el guapo que. Porque nunca se sabrá cómo hay que contar esto...

Pero sí, tenía que [contarlo].




3 comentarios:

  1. Y no le devolviste el libro?!!Jajaja, qué pieza valiosísima (y por 175 pesetas!!). Y por el nombre del monte chino no te preocupes, ¡a saber de lo impronunciable!

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  2. ESCRIBE DE UNA PROSTITUTA VEEEEEEZ!!!!!!!
    He dicho.
    Y sigo sintiendo.

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  3. Mónica: intercambio de bienes, se llama ;-)

    lapuchus: ¿y qué hago aquí, eh, qué hago?... ¡No tengo paciencia para proyectar (un libro)!... Ya sabes, me gusta tarambanerar. Pero te agradezco el apoyo subyacente, compañera.

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