Aquí todo sonríe. (Perdón:
el hipopótamo hembra del zoo piensa y bosteza.)
En esta breve estancia soleada,
defendida
de la prisa, del humo y de los ruidos
por macizos de hortensias,
por muros de aligustre,
por rejas de enramada,
hay como una parodia del humano genuino
en su versión original, antes
de que incurriese en pena de destierro
por indebida apropiación de fruta.
«Prohibido coger flores».
.........................................¿No es casi igual
que entonces —tal como nos lo cuentan?
Y la mano indefensa de la niña
que lleva sin temor pan y ternura
hasta las fauces húmedas del oso,
¿no evoca
aquella deseable
promiscuidad,
la hermosa convivencia
de tigres y gacelas, jirafas
y leones,
buitres, serpientes, cisnes y alacranes,
conseguida
bajo la penetrante mirada
del más extraño bípedo,
de la más asombrosa
arcilla reflexiva y semoviente?
También descansa todo,
aquí. Acuden los pañuelos
con frecuencia
a enjugar el sudor que brota de las frentes,
pero esa mancha húmeda
.........................................(que asimismo destiñe
las ropas de mujer por las axilas,
dejando allí la sombra y el misterio
de una creciente medialuna amarga)
no surge del esfuerzo necesario
para ganar el pan:
.............................más bien la causan
la reverberación del mes de junio,
su deslumbrante peso,
el cegador desmayo de sus luces
que penden (áureas, verdes y rizadas
por la cálida brisa) de las densas
ramas de los cipreses y los plátanos.
Vegetación y ocio, cachorros
de cocodrilo y de contribuyente:
he ahí la Creación
.............................municipal.
El edilicio ingenio
dispuso esas fragantes bambalinas
y colocó en su centro
al ciudadano empadronado
para júbilo, y gloria, y goce mutuos.
Y así ha vuelto a ser rey —si no arrogante,
al menos comedido y respetuoso—
de lo creado el hombre, los domingos.
A veces, entre horas,
cualquier día laborable
también regresa y mide,
incógnito y fugaz, con leves pasos
su dominio,
comprueba el orden de todos sus bienes
(bancos, sauces, palomas, fuentes, pétalos,
estatuas, urinarios, mariposas),
deja
su luminoso cetro entre las ramas,
y vuelve hacia su sitio de cosa entre las cosas,
dirigido por rótulos y luces,
acosado por claxons y sirenas,
cerrada la esperanza, el miedo abierto,
y el deseo también, y la nostalgia
de todas las mentiras que creyó cuando niño...
Ángel González, «Parque con zoológico», Tratado de Urbanismo [fue publicado en 1969], Madrid, Bartleby Editores, 2006
.
Lo que tienen las ausencias es que, en ocasiones, se vuelven más presencias. Ahora, cuando voy a Gijón, siempre recuerdo las veces que lo vi (en la carpa de la Semana Negra, en la terraza del hotel Don Manuel, cruzando la calle de vuelta de comprar la prensa...). Si estuviera del lado de acá, sería como todos, y no lo recordaría... Habrá que brindar con él con un Johnny Walker... Por su vida mortal. En el lado de allá... ¡A la tuya, maestro!
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