Luego dicen y se burlan de mí, pero hay veces en que la casualidad se empeña en abrirse camino entre las racionalidades. Cuando he colgado el vídeo de Ana Istarú, vi también un vídeo de Julio Cortázar leyendo su cuento «Continuidad de los parques» (aprovechando que algún río pasa por algún lugar, una lee a Cortázar...). Luego me he puesto a despejar un poco el lugar donde supuestamente estudio (que este año son oposiciones y hay que preparar el espacio...). De entre los papeles surge una fotocopia... El capítulo 61 de Rayuela, que dice así:
«No podré renunciar jamás al sentimiento de que ahí, pegado a mi cara, entrelazado en mis dedos, hay como una deslumbrante explosión hacia la luz, irrupción de mí hacia lo otro o de lo otro en mí, algo infinitamente cristalino que podría cuajar y resolverse en luz total sin tiempo ni espacio. Como una puerta de ópalo y diamante desde la cual se empieza a ser eso que verdaderamente se es y que no se quiere y no se sabe y no se puede ser.
.....Ninguna novedad en esa sed y esa sospecha, pero sí un desconcierto cada vez más grande frente a los ersatz que me ofrece esta inteligencia del día y de la noche, este archivo de datos y recuerdos, estas pasiones donde voy dejando pedazos de tiempo y de piel, estos asomos tan por debajo y lejos de ese otro asomo ahí al lado, pegado a mi cara, previsión mezclada ya con la visión, denuncia de esa libertad fingida en que me muevo por las calles y los años».
Y es que hay fantasmas, fantasmas borrables, fantasmas necesarios... Y más. Porque, al dar la vuelta a la hoja, me he encontrado con unos fragmentos copiados por mí (¡tantas horas en la biblioteca de la UAM!) de Felisberto Hernández. Estos (copio tal cual):
«En tanto a lo trascendental estoy curado de espanto al pretender decirlo con palabras, además que no hay por qué decirlo, porque hoy resulta vulgar decir muchas cosas que para sentir son verdaderas» (OC, I, 104).
«Sé que todo esto es superficial, pero lo superficial está más cerca del implacable destino de las cosas porque lo superficial es muy espontáneo y se le importa menos de las cosas y se va pareciendo al destino» (104)
«Demasiada importancia tendremos que darle al dolor cuando llega» (104)
«[...] hay el sentido de la perfección y el de la emoción: yo prefiero el de la emoción» (106)
.
«[...] cuando una persona tiene el pecho o el cerebro oprimido, está predispuesta a sentirse inferior a cuanto le rodea; en cambio está menos predispuesta a creer que la explicación de las cosas es sencilla o que no debe importársele la explicación: el espíritu se le oscurece y la explicación de cualquier cosa es trascendental.
Esta última cita está sin cerrar comillas y con una flecha en azul (las citas están en rojo) que indica: «levedad, Calvino», lo cual quiere decir que, en aquel momento, este fragmento me recordó a ese maravilloso artículo recogido en Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino. ¿Adivinas? ¡Tal cual! El artículo que tantas veces he fotocopiado y repartido por doquier había surgido del montón de papeles que me empeñaba en clasificar (¡ja!). Helo (necesariamente fragmentado, claro. Copio el principio):
«Dedicaré la primera conferencia a la oposición levedad-peso y daré las razones de mi preferencia por la levedad. Esto no quiere decir que considere menos válidas las razones del peso, sino que sobre la levedad creo tener más cosas que decir.
.....Tras cuarenta años de escribir fiction, tras haber explorado distintos caminos y hechos experimentos diversos, ha llegado el momento de buscar una definición general para mi trabajo; propongo ésta: mi operación ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado sobre todo de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje».
Así que me voy con la bici al Retiro un rato.
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