«Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la sustancia del alma. Todo en mí es tendencia para ser a continuación otra cosa; una impaciencia del alma consigo misma, como un niño inoportuno; un desasosiego siempre creciente y siempre igual. Todo me interesa y nada me cautiva. Atiendo a todo siempre soñando; fijo los mínimos gestos faciales de aquel con quien hablo, recojo las entonaciones milimétricas de cada palabra proferida; pero al oírlo, no lo escucho, estoy pensando en otra cosa, y lo que menos retengo de la conversación es la noción de lo que en ella se dijo, por mi parte o por parte de aquel con quien hablé. Así, muchas veces, repito a alguien lo que ya le había repetido, le pregunto de nuevo por aquello a lo que ya me había respondido; pero puedo describir, en cuatro palabras fotográficas, el semblante muscular con el que me dijo lo que no recuerdo, o la inclinación de oír con los ojos con que recibió la narración que ya no recordaba haberle contado. Soy dos, y ambos mantienen la distancia —hermanos siameses que no están unidos»
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego (traducción de Perfecto E. Cuadrado), Barcelona, El Acantilado, 2002

«Mi amigo se encontró de pronto con que yo me había ido de allí —a la luna según él—, y le había dejado mi cara, sin duda inexpresiva como el traje que dejamos colgado en una silla mientras dormimos»
Felisberto Hernández, fragmento de «La casa nueva», en Obras completas (vol. 3), México, siglo xxi, 1999 (cuarta edición)
No hay comentarios:
Publicar un comentario