Leo con fascinación Paradoja del interventor. No es una escritura fácil, Gonzalo Hidalgo Bayal se regodea en la perfección de la palabra. Sin embargo, su historia me engancha: la imagen de alguien perdido en una estación de tren, alguien que ha perdido el tren -no un tren: el tren- ejerce sobre mi imaginario un profundo poder. Y voy leyendo la mirada, incrédula y humillada, de un ser abandonado, la repetición de los gestos de poder de los seres «civilizados»: sus insultos, sus golpes, su insolidadirdad, sus burlas, su violencia... Gestos repetidos.
.....Del otro lado, la incomprensión y aceptación -paradoja- del que está fuera...
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«Tanta suciedad en tan poco tiempo, tanta desgracia en tan pocos días y, al mismo tiempo, tanta paciencia, tanta resignación, tanta sumisión a los designios de la providencia, no dejaron de conmover un punto su ánimo o desánimo. Cautivo, pensó, con pies de barro. Tomó la decisión de buscar por los vertederos, entre los escombros, residuos de cosmética, utensilios de afeitar, cuchillas usadas, para despellejarse. Se vio a así mismo revolviendo la basura y le vino a la memoria una antigua definición. El hombre se convierte en lo que busca, la configuración corporal y espiritual de su deseo. Y él iba bajando en la escala de lo deseos y las búsquedad: del interventor a los desperdicios de arrabal»
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«Porque el interventor había decidido al fin comprender que la realidad es un arcón con doble fondo, que junto a la realidad de la superficie, generalmente aceptada como normal, hay otra realidad oculta, secreta, subterránea. El interventor había sido arrojado por los dioses a la segunda realidad, la subterránea, como un cadáver con mortaja de viajero, de forastero, incluso de interventor, pero, a la postre, inmóvil, sustraído a la acción«»
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Gonzalo Hidalgo Bayal, Paradoja del interventor, Barcelona, Tusquets, 2006
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