miércoles, 22 de julio de 2009

Leo con fascinación Paradoja del interventor. No es una escritura fácil, Gonzalo Hidalgo Bayal se regodea en la perfección de la palabra. Sin embargo, su historia me engancha: la imagen de alguien perdido en una estación de tren, alguien que ha perdido el tren -no un tren: el tren- ejerce sobre mi imaginario un profundo poder. Y voy leyendo la mirada, incrédula y humillada, de un ser abandonado, la repetición de los gestos de poder de los seres «civilizados»: sus insultos, sus golpes, su insolidadirdad, sus burlas, su violencia... Gestos repetidos.
.....Del otro lado, la incomprensión y aceptación -paradoja- del que está fuera...
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«Tanta suciedad en tan poco tiempo, tanta desgracia en tan pocos días y, al mismo tiempo, tanta paciencia, tanta resignación, tanta sumisión a los designios de la providencia, no dejaron de conmover un punto su ánimo o desánimo. Cautivo, pensó, con pies de barro. Tomó la decisión de buscar por los vertederos, entre los escombros, residuos de cosmética, utensilios de afeitar, cuchillas usadas, para despellejarse. Se vio a así mismo revolviendo la basura y le vino a la memoria una antigua definición. El hombre se convierte en lo que busca, la configuración corporal y espiritual de su deseo. Y él iba bajando en la escala de lo deseos y las búsquedad: del interventor a los desperdicios de arrabal»
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«Porque el interventor había decidido al fin comprender que la realidad es un arcón con doble fondo, que junto a la realidad de la superficie, generalmente aceptada como normal, hay otra realidad oculta, secreta, subterránea. El interventor había sido arrojado por los dioses a la segunda realidad, la subterránea, como un cadáver con mortaja de viajero, de forastero, incluso de interventor, pero, a la postre, inmóvil, sustraído a la acción«»
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Gonzalo Hidalgo Bayal, Paradoja del interventor, Barcelona, Tusquets, 2006

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