sábado, 14 de marzo de 2009

Cuando he vivido con alguien, procuraba no irme nunca de mal rollito a la cama no fuera a ser que los sueños compartidos se tiñeran de mierda... Y ahora me pasa igual pero conmigo misma. No quiero que mis sueños se tiñan de la pena —mucho menos de la rabia— del día (aunque la he ido matizando, no sé si se han fijado...). Así que, a modo de conjuro:

A veces me dejo llevar por el pensamiento generalizado de que todo es una mierda, que no merece la pena nada, que todos tenemos un precio y que la dignidad es una entelequia... La vida, en realidad, lo que es es una putada y una tragedia (creo yo). Pero también tiene su punto y, a veces, respira por sí misma y te puede venir con cada cosa que ya, ya... Y pone las cosas en su sitio (al menos, en mi corazón y en mi pensamiento). Estaba yo analizando estos días que, efectivamente, «todos son iguales» viendo las miserias del aniversario de los atentados de Atocha (el desalojo de los familiares de las víctimas del monumento porque venían las autoridades, por ejemplo; la negativa del candidato a la Comunidad de Madrid por el psoe a participar en el homenaje oficial... etc, etc) cuando hoy me encuentro el siguiente titular en El país: «Cartas de la España peregrina. Un volumen monumental recoge la correspondencia entre Camilo José Cela y los principales escritores del exilio». Me interesa. Lo leo y me doy cuenta —a veces me sucede— de que, aunque perdamos, tenemos razón. (La edición de las cartas es de Jordi Amat. Tengo una biografía de Cernuda escrita por él. No está mal. Rigurosa y accesible). En el artículo, aparece un fragmento de una de las cartas de contestación de Américo Castro (don Américo, para mi profe...) a Cela ante las reiteradas invitaciones de éste a participar en su revista, Papeles de Son Armadans: «No acepto, ni colaboro con mi presencia, a nada que huela a comprensión (...) Desde hace 20 años no he escrito nada para ser publicado ahí; me gustaría poder cambiar esa línea antes de terminar mi vida, pero no veo signos de tolerancia ni de comprensión». Las cartas van desde 1935 a 1988. Américo Castro se exilió en 1938... tras haber ejercido como consúl de la República en Hendaya.

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