Y en mi sesión hablo del tiempo. Del tiempo que no tengo, del tiempo que me come, del tiempo que tan mal gestiono, del tiempo que no existe, del tiempo que me asfixia, del tiempo que me limita, del tiempo... Y llego a casa y busco un libro para tomar un fragmento del Gran Cronopio (¿o debería decir del gran cronopio?...) y selecciono porque sí y porque tú me lo regalaste, Clases de literatura y, claro, como no puede ser de otra manera tratándose de Cortázar, ¡casualidad!, aparece un fragmento de El perseguidor. Un fragmento que habla del tiempo y del metro, porque el metro, sí, es una gran metáfora del tiempo y una forma como cualquier otra de observarlo en el gesto de cada viajante, en las piernas que suben y bajan escaleras (torpes, aceleradas, hermosas, pesadas, cansadas piernas...), en la oscuridad del túnel... del tiempo, y de la ¿equivocada? percepción que del tiempo tiene Johnny. Un Johnny que no es Johnny sino Charlie. Como el tiempo, las personas y los personajes se disfrazan, se modifican, se devoran, se paren... El médico que certificó la muerte de Charlie Parker, Johnny Carter en el relato, calculó que el fallecido tenía unos cincuenta y cinco años. En realidad, pero ¿qué realidad?, tenía treinta y cuatro...
Y así estamos.
«―Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados.
Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que
se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más
que una cantidad y se acabó. ¿Ves mi valija, Bruno? Caben dos trajes y dos
pares de zapatos. Bueno, ahora imagínate que la vacías y después vas a poner de
nuevo los dos trajes y los dos pares de zapatos y entonces te das cuenta de que
solamente caben un traje y un par de zapatos. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor
en cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera en la valija,
cientos y cientos de trajes, como yo meto la música en el tiempo cuando estoy
tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en el metro.
―Cuando viajas en el metro.
―Eh, sí, ahí está la cosa ―ha dicho socarronamente Johnny―.
El metro es un gran invento, Bruno. Viajando en el metro te das cuenta de todo
lo que podría caber en la valija. A lo mejor no perdí el saxo en el metro, a lo
mejor…
Se echa a reír, tose, y Dédée lo mira inquieta. Pero él hace
gestos, se ríe y tose mezclando todo, sacudiéndose debajo de la frazada como un
chimpancé. Le caen lágrimas y se las bebe, siempre riendo.
―Mejor es no confundir las cosas ―dice después de un rato―.
Lo perdí y se acabó. Pero el metro me ha servido para darme cuenta del truco de
la valija. Mira, esto de las cosas elásticas es muy raro, yo lo siento en todas
partes. Todo es elástico, chico. Las cosas que parecen duras tienen una
elasticidad…
Piensa, concentrándose.
―… una elasticidad retardada ―agrega sorprendentemente. Yo
hago un gesto de admiración aprobatoria. Bravo, Johnny. El hombre que dice que
no es capaz de pensar. Vaya con Johnny. Y ahora estoy realmente interesado por
lo que va a decir, y él se da cuenta y me mira más socarronamente que nunca.
[…]
―Te estaba hablando del metro, y no sé por qué cambiamos de
tema. El metro es un gran invento, Bruno. Un día empecé a sentir algo en el
metro, después me olvidé… Y entonces se repitió, dos o tres días después. Y al
final me di cuenta. Es fácil explicar, sabes, pero es fácil porque en realidad
no es la verdadera explicación. La verdadera explicación sencillamente no se
puede explicar. Tendrías que tomar el metro y esperar a que te ocurra, aunque
me parece que eso solamente me ocurre a mí […]»
Julio Cortázar, Clases de literatura. Berkeley, 1980, Madrid, Alfagura, 2013
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