domingo, 8 de diciembre de 2013

«Nadie comprende a otro. Somos, como dijo el poeta, islas en el mar de la vida; corre entre nosotros el mar que nos define y nos separa. Por más que un alma se esfuerce por saber qué cosa sea otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra―sombra disforme en el suelo de su entendimiento.
Amo las expresiones porque no sé nada de lo que expresan. Soy como el maestro de Santa Marta: me contento con lo que se me ofrece. Veo, y eso ya es mucho. ¿Es que hay alguien que sea capaz de entender?
Tal vez sea por este escepticismo sobre lo inteligible por lo que encaro de igual modo un árbol y una cara, un cartel y una sonrisa. (Todo es natural, todo artificial, todo igual.) Todo lo que veo es para mí lo único visible, sea el alto cielo azul verdiblanco de la mañana por llegar, sea el gesto falso en el que se contrae la cara de quien está sufriendo ante testigos la muerte de quien ama.
Dibujos, ilustraciones, páginas que existen y se vuelven. Mi corazón no está centrado en ellos ni lo está casi mi atención, que lo recorre desde fuera, como una mosca sobre un papel.
¿Acaso sé siquiera si siento, si pienso, si existo? Nada: sólo un esquema objetivo de colores, de formas, de expresiones de los que soy el espejo oscilante inútil por vender.»
                                 
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego (traducción d Perfecto E. Cuadrado), Barcelona, El acantilado, 2002
 

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