«El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que
comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”…
Claro que siempre se puede
intentar. Adelante: “¡Ámame!” “¡Sueña!” “¡Lee!” “¡Lee!” “¡Pero lee de una vez,
te ordeno que leas, caramba”»
―¡Sube a tu cuarto y lee!
¿Resultado?
Ninguno.
Se ha dormido sobre el libro. La
ventana, de repente, se le ha antojado inmensamente abierta sobre algo
deseable. Y es por ahí por donde ha huido para escapar al libro. Pero es un
sueño vigilante: el libro sigue abierto delante de él. Por poco que abramos la
puerta de su habitación le encontraremos sentado ante su mesa, formalmente
ocupado en leer. Aunque hayamos subido a hurtadillas, desde la superficie de su
sueño nos habrá oído llegar.
―¿Qué, te gusta?
No nos dirá que no, sería un
delito de lesa majestad. El libro es sagrado, ¿cómo es posible que a uno no le
guste leer? No, nos dirá que las descripciones son demasiado largas.
Tranquilizados, volveremos a la
tele. Es posible incluso que esta reflexión suscite un apasionante debate
colectivo…
―Las descripciones le parecen
demasiado largas. Hay que entenderlo, desde luego estamos en el siglo de lo
audiovisual, los novelistas del XIX tenían que describirlo todo…
―¡Eso no es motivo para dejarle
saltarse la mitad de las páginas!
...
No nos cansemos, ha vuelto a
dormirse.
me gustó mucho este libro de Pennac.
ResponderEliminarun beso, Ali :-)