viernes, 15 de julio de 2016

Salir unos días de Madrid, llegar a pensar que el mundo es hermoso (y lo es).

 


Darte cuenta, hoy, de nuevo y otra vez y otra de lo vulnerables que somos. No habrá paz mientras haya refugiados, mientras haya guerras... Camión, Niza, terrorismo, miedo, muertes.

Y, otra vez y como siempre, encontrar la explicación en los libros. No es que me guste que esto sea así; a veces me da vergüenza, como si yo poseyera algo que no le es permitido a todo el mundo. A veces, me noto desclasada, alejada; el desgarro de quien se siente algo que ya no es. Y sin embargo...

«Piensa ahora don Gumersindo, en las postrimerías de su jubilación, que el mundo nació degenerado y putrefacto, pero admite que a los veinte años toda persona abriga el convencimiento de que el mundo ha de mejorar, de que camina hacia su arreglo definitivo e incluso considera que el destino de la juventud no es otro que colaborar en la reparación. Probablemente, dice, la cima de la madurez coincida con el deslumbramiento fatal de lo irremediable, con el luminoso panorama de la desolación humana definitiva […]»
 
Gonzalo Hidalgo Bayal, El espíritu áspero, Barcelona, Tusquets, 2009

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