martes, 16 de diciembre de 2014

Antonio Orihuela dixit...

Yo no soy anarquista pero me gustaría serlo, porque el anarquismo, como el amor, es un estado de conciencia, una forma de estar en el mundo y una práctica social de los cuerpos; una especie de estado de gracia que se goza colectivamente y nos hace sentirnos individualmente vivos.
 
El anarquismo trae, sin necesidad de tener que morirte para ello, la promesa del paraíso en la tierra, pero es muy difícil ser anarquista, porque para ser anarquista hay que luchar cada segundo por vivir la anarquía y ese vivir es hoy un lugar cercado por el autoritarismo, la violencia, el lucro, la competitividad, la productividad, el consumismo y la idiocia.
 
Cada vez que me someto a otros, cada vez que me dejo manipular o dominar por la violencia, la tristeza, el miedo, las supersticiones, los prejuicios y la ignorancia sé que me alejo de ese estado de anarquía y me acerco al del integrado en el sistema; al estado propio de los que el sistema llama personas normales, aquellos que, como dijo Espinosa, viven dominados por las pasiones tristes, la ambición material, el poder y la soberbia.
 
Cuando trabajo en la integración, en la comprensión y en el amor hacia el prójimo y hacia nuestra madre Tierra; cuando coopero con otros en tareas y proyectos colectivos; cuando trato de educar mi ignorancia, espoleo mis inquietudes o reconozco mis muchos errores; cuando hago crecer lo mejor de la vida espiritual individual y colectiva en mí; cuando me dejo invadir por la dimensión sagrada de la existencia, entonces, sólo entonces, siento que camino en pos de Acracia, porque estoy modificando mi vida; porque estoy viviendo en plenitud, limpiando y esclareciendo mi conciencia.
 
Dos enemigos muy poderosos tiene la anarquía, mi egoísmo, que siempre está dispuesto a jugarme una mala pasada, y el sistema político y económico en el que vivimos, cuya violencia física y moral sobre los cuerpos y las consciencias ha engendrado todas las infinitas formas del sufrimiento y nos ha mostrado las más terribles facetas de la condición humana y de nuestra desventura política, como diría Jesús Lizano.
 
No obstante, también es cierto que algunos aliados tienen los que quieren vivir en anarquía y hacia ella orientan sus dubitantes pasos: el amor, el anhelo y el fervor no sólo de lo que puede un cuerpo, sino de lo que pueden los cuerpos armonizados en torno al sueño compartido de ir viviendo y recreando nuestra aventura poética en el planeta.
 
Los días en que consigo dar algunos pasos en esa dirección me pongo muy contento porque veo entonces a uno que, aun no siendo anarquista, camina en pos de Acracia.
 
ANTONIO ORIHUELA
 

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